martes, 8 de mayo de 2012

Sucede lo que pasa.


A simple vista no pasa nada pero sucede de todo en la casa de estos dos hermanos, tan apagados como esperanzados. Teresa es una flor que resiste todo tipo de tempestades en un paisaje desolado, mientras Tito muestra su inutilidad en cada uno de sus forzados y febriles pasos. Se quieren, su sangre así lo dictamina y los obliga; pero se molestan. Es que en esa casa se respira de todo: abandono, pobreza, tristeza y angustia; aunque hagan diferentes pantomimas para disimularlo. Seguramente cada uno viviría mejor sin el otro. Teresa en un palacio imaginario donde su príncipe azul festeje sus monigotadas y Tito en la cárcel o en alguna gris y perdida pensión donde coseche a diario su mugrosa siembra. Él está destinado al fracaso y ella, al parecer, merece la gloria; entonces todo se equilibra y se compensa en una chatura soporífera, donde nada toma relevancia.

De la nada misma, surge la figura de César, un colega de Tito con muy pocas luces pero con la bondad que ofrece la juventud y la inexperiencia. Él tiene la posibilidad de tomar las riendas del asunto, pero fiel a la trama que propone la genial Griselda Gambaro, se pierde en la nebulosa de sus limitaciones. Primero como novio de la bella y chispita Teresa y luego como secuaz del vencido Tito. Su firmeza y efervescencia dura lo que un suspiro y así, se pierde entre tirones y caricias.

El acierto de Victoria Ottaviano reside en contar una historia de frustrados sin perder la tensión y la ilusión. Y lo logra. A través de sus casi noventa minutos, ella nos presenta las situaciones de una forma latente. En cualquier momento puede estallar todo, cualquier diálogo puede prender fuego la escena, todo gesto puede estar seguido de la catástrofe. Un murmullo que se impone en cada aparición de Zamora, el dueño de la cuestión, amo y señor, que por cuestiones del destino, parece estar condenado a las mismas conclusiones. La intrascendencia.

Sucede lo que pasa es un título absoluto. Qué puede objetársele a Gambaro, nada. Mucha precisión y descripción fotográfica en un libro que parece haber sido entendido a la perfección por su directora Victoria Ottaviano. Ni más ni menos. Eso que estamos viendo y punto. No busquemos nada debajo de la alfombra porque no lo hay, ni nos enloquezcamos descifrando lo que dicen sus personajes entrelíneas porque no hay líneas. Pero no por ello nos confundamos con una trama básica. Existe un mundo en todos ellos fácil de captar, que es lo que hace más atractiva la puesta.

Destacadas actuaciones de Micaela Trotta en su papel de Teresa y de Lionel Arostegui como Tito, quienes direccionan de la forma más creíble, los caminos que recorrerán los personajes de Zamora (Pedro Ángel Di Salvia), César (Bruno Tignanelli) y Quique, el doctor (Carlos Manuel Eisler).

Como en la vida terrenal que sucede de todo y no pasa nada, sucede lo que pasa y nada más.

Por Mariano Casas Di Nardo.

miércoles, 25 de abril de 2012

100% Burbujas.


A priori uno piensa que lo que va a ir a ver al teatro El Cubo es distinto a todo. Y pasada la hora de obra, se convence de haber estado en lo cierto. Que, tal vez, nunca más se vaya a ver algo así sobre un escenario. Y no porque sea malo o aburrido, todo lo contrario, porque una obra que rija todo su arte en burbujas, en jabón y música clásica, no es común. Pero este español llamado Javier Urbina tiene la habilidad física y capacidad gestual para hacer burbujas de todos los tamaños y formas sin perder el ritmo. Y eso ya lo convierte en un distinto. Como su show.

Acompañado por música que hace de plafón a sus destrezas, la obra va creciendo tanto en emoción como en los tamaños de las burbujas, hasta llegar a enormes esferas que encierran todo, hasta a un espectador. Con humo o de colores, estas burbujas no dejan de crecer y de fomar figuras. La imagen de una burbuja explotada y suspendida en el aire, ya es de por sí, un espectáculo aparte.

100% Burbujas es una obra made in España y por lo visto probado y premiado en el viejo continente. En síntesis, un show de primer nivel, en pleno Abasto porteño, para que los chicos de nuestra ciudad, se emocionen con burbujas más grandes que ellos y que nosotros. Para disfrutar en familia y sorprenderse en conjunto.

Por Mariano Casas Di Nardo

Un ovillo con pelusa.


La compañía "El Nudo" presenta la historia de una ovejita juguetona e inexperta, llamada Pelusa, que experimenta uno y otro periplo por buscar a su ovillo perdido.

Presentado en formato de títeres, el cuento progresa por los techos de una casa familiar, entre los tejidos de una simpática abuela y en una biblioteca con libros mágicos. La presencia visual de los titiriteros, le da la cuota de veracidad para entender que nos cuentan una historia, como otrora lo hacían nuestros padres.

Un ovillo con pelusa se está presentando todos los sábados y domingos a las 16hs., en el Centro Cultural de la Cooperación. Con una duración de aproximadamente cincuenta minutos, la obra se presenta como una interesante y divertida opción para llevar a los más chiquitos al teatro.

Por Mariano Casas Di Nardo

jueves, 19 de abril de 2012

Qué vida de m… Mujeres!

Tres mujeres, tres personalidades distintas pero que convergen en un punto, en el género femenino y sus azares. En esta historia, Sol, Paloma y Marina son tres chicas (mujeres) que cuentan las histerias que padecen por ser de su condición. Sus relaciones con el trabajo, con el sexo opuesto y con la tecnología, sobre todo con el mundo Facebook.
Sol es una bomba detonada, que luego de sus dos hijas vio cómo su cuerpo y su sex appeal se le escurrieron por sus delineadas piernas. Su autoestima serpentea por el piso y el mundo parece venirle encima cuando las cosas se le dan al revés, culpa de un azar negativo y de su poca intensión de mejorar. Por otra parte, está Paloma, quien desgastada por su trabajo en un Call Center, agrupa todos sus pesares en un mismo ringtone. Su perversa relación con su monótono trabajo, la corre de un sistema que exige belleza y predisposición mil. Y en las antípodas de las preocupaciones y de las debilidades femenina por la lupa masculina, está Marina, una astróloga que tiene un pesar fijo: Facebook. Una tecnología que se interpone entre el aura que emerge de sus cartas astrales, pero que aun así, puede más. Su descripción sobre los perfiles y muros de la red social más grande del mundo, son los puntos más altos de la obra.
Vestidas de tres colores distintos entre sí, Sol es el rojo fuego; Paloma el amarillo intrascendente y Marina el azul oscuro; estas chicas poco poderosas, muestran una faceta bien diferente, aunque interponen fuerzas en su desesperada lucha contra los hombres y el amor que nunca llega.
No es una bajada de línea al espectro masculino, tampoco es una alegoría al complicado mundo femenino; sí es la unión de tres mujeres que en el fondo se saben perdidas y que lo demuestran a cuenta gotas.
El humor rige la propuesta, la ironía condimenta cada comentario y la desidia, pavimenta un par de caminos; pero no es un libro ni devastador, menos esperanzador. Solo la última canción de Bebe, “Ella”, muestra que aún así, en la decadencia planteada, tienen ideales por los cuales sonreír. Porque aunque el mundo amoroso se les muestre borroso y se sientan solas, se tienen una a la otra.
La presencia de la infartante Brenda Fabregat, muestra que la fortuna femenina, no es cuestión de medidas 90-60-90, sino de actitud. Porque ella monologuea sus pesares a partir de su explícita belleza. Un guiño que deja en claro que, Qué vida de m… Mujeres!, no se trata de estereotipos clásicos ni de un libro obvio como “a las lindas les va bien y a las feas y neuróticas, mal”; sino de algo más convulsionado como es la unión de tantas independencias establecidas.
Completa la escena, Tomás Villarrazo, quien con su teclado, pone música y atmósfera en vivo.
Para reír, pensar, reflexionar y hacer causa común, con estas tres alienadas mujeres, que con sus estresadas psiquis, hacen lo que pueden.
Por Mariano Casas Di Nardo

lunes, 26 de marzo de 2012

Abandonados

La juventud es una instancia difícil de transitar. Porque a lo complicado que es la vida, hay que sumarle la obligación de tener que tomar decisiones y la falta de experiencia para afrontar tales cuestiones. Pero no solo la franja de la juventud temprana o tardía cubre la obra Abandonados, sino también el inicio de la madurez de quien se encuentra sin ganas de un matrimonio, de un hijo, de un futuro o de un pasado que lo atormente. Entonces la solución es la huida. Y de esto en múltiples matices habla la obra escrita por Nicolás Yannicelli.

Un libro viscoso, que en alguno de los puntos, uno inevitablemente se refleja. Y un sinfín de vínculos que se entremezclan, algunos de forma exigida, para contar la historia de nosotros, vosotros y ellos. Sobresale de esta madeja de protagonistas, la figura de su autor, director y actor, Nicolás Yannicelli, como Juan Carlos, un padre de familia que deja su hogar para reconocer su verdadero amor.

De las diferentes historias que cuenta y entrelaza Abandonados, el sentimiento de tristeza lo impone Lucía Escobar, quien en su papel de Roxana, muestra que la vida siempre puede tener dos caras y ser las dos verdaderas; mientras que Matías Cabrera (Lucas) y Natalia Sanchez (Luisina) le dan el toque de intriga y comicidad que hace falta entre tanta tensión e incógnita.

Ordenan este batallón de siete actores protagonistas, las cabezas de Patricia Tiscornia y Nicolás Yannicelli, quienes en sus puestos de directores, configuran de forma centrifuga el progreso de la historia para que, al final de todo, uno vaya cerrando y concluyendo pensamientos. Uno desconoce las internas, pero a priori podría decirse que Tiscornia es quien decora y le da estética a los personajes y Yannicelli el peso específico y respectiva intención.

Abandonados es el resultado de las elecciones que uno hace en la vida. Sabiendo que si se elige a una persona, se desecha a otra; que si se empieza un camino, miles de otros caminos quedarán vírgenes y que si se elije estar en un lugar, otro quedará vacio. Y eso para su autor es el abandono. Sin planificarlo muchas veces, pero abandono al fin. De lo que supo ser nuestro y ya no lo es.

Por Mariano Casas Di Nardo.

viernes, 23 de marzo de 2012

Mamma Mia!

Para que algo funcione, nada tiene que estar librado al azar. Y esta parece haber sido la premisa fundacional con la que se levantó el telón de Mamma Mia! –uno de los musicales más esperados y exitosos del momento– en la porteña Avenida Corrientes. Coyuntura que hizo que los focos de los escépticos periodistas, apunten hacia su elenco, vestuario, musicalización, dirección y sobre todo, puesta en escena; para hacer su típica masacre literaria en el diario del día después. Pero no, uno a uno, todos estos ítems son tildados con un diez a medida que progresa la obra, como otrora lo hacían nuestras maestras de primaria con los chicos estudiosos. Un acierto absoluto desde el minuto uno, hasta el cierre a puro baile, con un momento de híper sensibilidad, como cuando Marisol Otero desafía a su enamorado con “The Winner Takes It All”. En ese instante, nos damos cuenta que Broadway se mudó a nuestra ciudad por una temporada. Un momento soberbio, donde la protagonista, que ya a los pocos segundos nos hace olvidar de la Meryl Streep del homónimo film, explica y demuestra por qué es una de las mejores voces de la comedia musical de nuestro país.

Mamma Mia!, el musical basado en las canciones de ABBA, es un volver a la clásica y tradicional comedia musical, que utiliza la canción tanto para emocionar, alegrar y entristecer. Igual a la original que se presenta desde hace años en el país del norte y similar a la película que Meryl Streep protagonizó junto a Pierce Brosnan. Todas comparaciones estériles que se esfuman cuando las eternas canciones de ABBA se materializan en las voces de esta horda de efervescentes artistas.

El tándem que componen Marisol Otero (Donna Sheridan), Gabriela Bevacqua (su amiga Tanya) y Silvana Tomé (su otra amiga Rosie) da la fuerza ideal para que todo el resto se luzca. Gentileza que agradecen y a su vez potencian Paula Reca (Sophie Sheridan) y Luciano Bassi (Sky), para darle juventud y romance a la puesta. Completan los tres supuestos padres: German Barceló (Sam Carmichael), Mariano Muso (Bill Austin) y Diego Bros (Harry Bright), siendo este último, quien más sobresale en su papel, con pinceladas corporales que descomprimen al libro, como diciendo “esto que ven es genial y festivo, pero también puedo irme de lo serio, hacerme el loco y lucir”. Sin dudas, su inclusión es otro gran acierto.

Algo es cierto, las canciones de ABBA ya tienen consigo una fidelidad que embellece cualquier obra; la cuestión es agregarle la actuación y la puesta en escena para que brille, se neutralice o reste. Pero es el reconocido Robert McQueen quien eleva todo para que estemos hablando de otro nivel de musical. Un crédito más abajo, surge la figura de la directora residente Rocío Rodriguez Conway para alinear a todo el elenco. Claro, hay cosas inevitables de controlar y que hacen a la pulsión interna de cada actor, que hace de cada intervención de Marisol Otero, un viaje por todos los significados del diccionario del sentimiento. Su tono bajo nos abruma de nostalgia, para convertir todo rápidamente en alegría cuando ilumina su registro. Otros puntos altos de la obra son las pastillas de humor under de Silvana Tomé, para dejar en claro, que en una mansión de lujo, un clown de un barrio periférico, también puede hacer reír. Su coterránea Made In Perez Costa, Gabriela Bevacqua, pone su sensual y fuerte pisada, para cincelar un trinomio de lujo.

Un vestuario preciso, una musicalización lógica y una iluminación acertada y grandilocuente, hacen que el rompecabezas teatral se arme en los primeros segundos, para permitirnos disfrutar de más de dos horas de un musical asombroso, de la forma más distendida; de esos que quedan para siempre en la memoria de los que la vieron y en el debe de los que no la vieron. Si nuestro bolsillo nos los permite, para ver más de una vez.

Por Mariano Casas Di Nardo

domingo, 18 de marzo de 2012

El Reportero.

El Reportero es contundente. Una obra sin dobleces que deja ver sus cartas de forma limpia, aunque no su estrategia. Lo que está ahí es lo que hay y entre ellos se disipará la historia. Qué, cómo y cuándo es parte del libro, pero una tensión progresiva que acota los tiempos, incomoda al espectador, quien comprende que lo presente es una bomba de tiempo. Claro, la alienada imagen que brinda su presentador “El Ruso” Levy (Fabian Vena), es el marcapasos de lo inevitable. Él sabe todo lo que sucederá y lo digita a sus modos. Nosotros no. Él es el conductor de uno de los programas más vistos de la televisión y nosotros espectadores. Él está acostumbrado a manipular la mentira, nosotros a creer que todo es verdad.

Las comparaciones de quién hace de quién en la realidad serían odiosas pero es algo que se hilvanará en la mente de cada espectador; en lo que respecta a la vida ficcional, podríamos decir que “El Ruso” Levy se enfrenta con otro peso pesado del medio, con la sabiduría de sus veinte años de televisión. Lo interesante es que en el otro rincón se encuentra el zar de los negocios. Y así, de forma desigual, se libra una intensa batalla dialéctica.

“El Ruso” Levy irrita, intranquiliza. Su cinismo escénico empapela de nervios todo su alrededor, mientras que Horacio Carreras (Eduardo Blanco), representa todo lo opuesto. La tranquilidad de tener la única palabra. Su presencia alisa el revoltoso mar que su anfitrión genera. Un volcán en erupción de un lado, una laguna intacta del otro y la productora Dina (Moro Anghileri) en su acelerada vorágine, intentando lidiar las partes.

El Reportero es lo que todo el mundo sospecha de la televisión y de los medios en general; pero de forma tal, que en el final, hasta uno retrocede en su pensamiento descreído para volver a creer en algo. No es grotesco ni sobredimensionado, pero de forma tan evidente que inquieta. Una virtud del libro escrito por Dario “Chino” Volpato y de la dirección de Héctor Díaz, que hace que sus protagonistas, luzcan con creces en sus papeles.

Actuaciones acertadas de Fabian Vena y de Eduardo Blanco para una obra entretenida, que tensiona de principio a fin, aún cuando esperamos su final. La televisión como la ven sólo sus hacedores.

Por Mariano Casas Di Nardo