viernes, 15 de noviembre de 2013

Manzi, la vida en orsai



El programa o al menos el boletero deberían advertirlo. Manzi, la vida en orsai no es una obra más de la cartelera porteña. No se puede incluir como algo más de una velada que incluya cena, paseo o demás, porque nos roba el alma. Nos rompe por dentro. Y lo que siga esa noche, será con un cuerpo vacío. Para quien ame el tango, admire al gran poeta o tenga una edad más o menos contemporánea, será la obra de su vida. Está bien, ganó todos los premios, pero no es suficiente. Alguien tiene que decirnos que estamos por vivir una experiencia única y por suerte, repetible.

Manzi, la vida en orsai repasa  la épica vida de este escritor, director de cine y político, que hizo de su letra, la identidad argentina. Si la constitución nacional era el marco legal por aquella época; sus poesías, el sentimiento popular. Un acertado libro de Betty Gambartes, Diego Vila y Bernardo Carey, para retrotraernos al hombre que creó los eternos “Sur”, “Barrio de arrabal”, “Malena” y “Che Bandoneón”; que sufrió por su pasión a la política, a las mujeres y al alcohol. Con su tormentosa relación con Nelly Omar y la devoción por sus amigos Pichuco y Cátulo, y su contrariado vínculo de amistad y distancia con Carlos Gardel.

No sabemos si el elenco es el ideal o no, pero uno no imagina esta obra con otros actores, porque lo que hacen sobre el escenario Jorge Suárez, Julia Calvo y Néstor Caniglia es simplemente perfecto. Algunos con más participación que otros, pero un tándem soberbio que eterniza cada escena. Injusto sería destacar alguna, pero si nos guiamos por las ganas de haber querido presenciar algunas de ellas, destacamos la charla entre Manzi y Pichuco, cuando este último le cuenta sobre un tal Edmundo Rivero. Sus risas, sus confesiones, sus penas y sus ilusiones, configuran sin duda, uno de los mejores momentos de la obra. Tampoco podemos omitir cuando Manzi y Nelly cantan al unísono, sus respectivos tangos. No alcanzan los aplausos ni las lágrimas. Tampoco esta crítica. Admirarlos tal vez. O recomendarlos, para que nunca dejen de hacerlo.

Con música en vivo, todo parece potenciarse. Damián Bolotín y Mariana Atamas en violines, Lucía Ramírez haciendo de Aníbal Troilo con su intratable fueye y Diego Vila en piano, le agregan dramatismo y fuego a una obra que todo el tiempo se mueve por lo más alto de su capacidad interpretativa. No decae en ningún momento, mientras uno por dentro ruega: “que no termine, que no termine nunca”.  Para el cierre, una última versión de Nelly (interpretado de forma magistral por Julia Calvo) y otra de Manzi (Jorge Suárez), para convencernos de que por un rato, vivimos los años que van del 1930 al 1951.

Manzi, la vida en orsai es la obra que todo amante del teatro debería ver. Para aplaudirla sin parar, con un eco que no es nuestro, sino del propio Homero, que la debe estar viendo desde vaya uno a saber dónde.
Por Mariano Casas Di Nardo

lunes, 14 de octubre de 2013

Malditos (todos mis ex)



Cualquier persona que tenga más de treinta y largos años, podría escribir sobre el amor y sus secuelas y hacer divertir, llorar, emocionar, angustiar o aburrir. Con lugares comunes que hacen a todos aquellos que alguna vez se convirtieron en Romeos enamorados, Penélopes perseguidas por Pepes le Pews o conquistadores de almas no correspondidas. La clave de esta precisa obra es que sus autores son Mariela Asensio y Reynaldo Sietecase. Dos personalidades que tienen un aval social para que nos detengamos, en esta vorágine donde todo el mundo habla y dice cualquier cosa en las redes sociales, a escucharlos.

Con una dramaturgia seductora, emerge el código teatral de Mariela Asensio para ya quedarnos tranquilos de que lo que sucederá en esa hora y minutos de ficción, nos gustará. Resaltar a su directora, significa recordar al primer José María Muscari, amplificar lo más kitsch del under porteño, aplaudir un teatro explícito que esconde lo psicológico de sus personajes para mostrarnos lo más primitivo y analizar historias que desde lo grotesco, perforan con ironías de realidad. Así es Asensio. Sin medias tintas ni golpes traicioneros. Porque ya con el planteo de su escena, da la primera piña. ¿Qué le sigue? La explicación de por qué esa violencia. Y lo que al principio choca, con el correr de los minutos se revalida.

Con su título, sus autores explican toda la retrospectiva que hace una desquiciada mujer en un punto bisagra de su aún joven vida. Eso veremos en la obra. Ella y los fantasmas de sus ex. No hay nada que agregarle. Solo admirar el impecable trabajo de Ariel Pérez de María, quien nos obliga a verla dos veces. Una para seguirlo a él, y la otra para ver de qué va el resto. Obvio que no es Ricardo Darín ni Rodrigo de la Serna, pero hipnotiza, haciendo un blur sobre un resto que, uno sospecha, también se destaca.

No nos pongamos en literarios ni en filosóficos. Malditos (todos mis ex) es ideal para todos los que sufrimos, reímos, cantamos, lloramos y soñamos por amor. Y para aquellos que quieran ser amigo por un rato de Ariel Pérez De María, aunque él nunca se entere.

Por Mariano Casas Di Nardo

jueves, 10 de octubre de 2013

Vago



Con su nueva obra, Yoska Lázaro derriba muchos mitos del teatro independiente, por no decir todos. Un irrespetuoso este español, que nos demuestra en cada una de sus obras, que cuando se tiene talento, se puede llegar a los lugares más inesperados. Desconocido en sus comienzos para la escena off, en tan solo cuatro años se convirtió en uno de sus pilares, nada menos que con tres pequeñas e inolvidables bombas: Los errores de Noé, Llueve en Barcelona y su reciente y más apocalíptica Vago.

La escena nos transporta a una casa del corrosivo Conurbano bonaerense. En ella, sus protagonistas no conviven, se raspan. Se agobian tanto como se necesitan. Se molestan, se interpelan, se pierden, todo con una tensión que ante la mínima chispa, vuela todo por el aire. A simple vista se cuidan, pero en el fondo se detestan.

Camacho es el capanga de esa casilla. Un pendenciero, machista y nada cariñoso, que hace de su poquito poder barrial, un fuerte donde acobijar a los más débiles. No es un aguantadero, porque en él, vive La Negra, una mujer de principios difusivos pero inmenso corazón, que le da un marco de pseudo hogar a todo. Clima que deforman, una y otra vez, Mili con su sensual reviente y El Nene con su enfermedad. Completa esta decadente secuencia, Tute, el único que ofrece una caricia entre tanto manoseo.

La obra termina bien. O mal. Depende nuestra predisposición como espectador. Lo seguro es que nada de lo que ocurra entre esas cuatro paredes nos será indiferente. Porque el dolor de los personajes será nuestra angustia y sus muecas, nuestras sonrisas. Muecas y no otros gestos más expresivos, porque si algo no hay entre ellos, es felicidad. Intenciones positivas que quedan a medio camino, porque así proyecta la cabeza de su director, quien parecería decirnos: “vengan a disfrutar de un viaje que los transportará por las peores miserias de los que a diario, solo intentan subsistir. Van a estar seguros… pero muy incómodos”.

Vago conmueve. Claro que no por su relato. Menos por la suerte de sus personajes. Tampoco por esos giros efímeros de comedia. Sino por su todo. Por las soberbias actuaciones de sus protagonistas, por su música, puesta en escena, vestuario y libro. Con un afilado Yoska Lázaro, como genio y figura. Sello indeleble de este ibérico que se posiciona así, como uno de los mejores directores de nuestro país.

Por Mariano Casas Di Nardo

lunes, 29 de julio de 2013

Había una vez un cuento desordenado



Caperucita Roja robándole el Príncipe Valiente a Blancanieves bien podría ser el inicio de cualquier interesante obra. Sin embargo, es el adorable epílogo de este infantil que de principio a fin logra su cometido, el de capturar la atención de grandes y chicos. Porque lo absurdo de lo que va sucediendo obliga a estar atento. Todo puede pasar en un cuento donde el hilo conductor está completamente deshilachado y los personajes más famosos, no solo olvidaron su libreto, sino que intentan imponer sus voluntades en fábulas ajenas.

Había una vez un cuento desordenado, trata sobre un mágico libro que contiene las historias más importantes de la literatura infantil. Quien altere su orden, hará virar lo escrito y quien lo lea, viajará por esas aventuras junto a sus protagonistas. Y son Luciano y Belén, quienes desobediendo las instrucciones de su abuela, se pierden en un bosque encantado cual reino del revés. Una vez en él, ya nada es como lo pensaron y tendrán que poner todo de sí, para enderezar el rumbo de una nave que no va hacia ningún lugar.

Muchos son los pilares sobre los cuales se basa el éxito de la obra escrita y dirigida por el dúo Gastón Olivera y Silvia Tommarello. Y a lo inédito de su libro, hay que sumarle la acertada selección de personajes y el andar de los mismos. Un vestuario acorde a la puesta y una iluminación precisa, son el marco ideal para que se luzca la original música de Tommarello. Todos detalles que demuestran que no se subestima en ningún momento la idea primera.

Irrumpen Juan José Barocelli en su papel de Luciano y Mariángeles Gagliano como Belén y todo será llevadero gracias a la naturalidad con la que actúan. Se cuela entre ellos, la belleza y presencia de Vanina Balena como Blancanieves y la ingenuidad y simpatía de Fernando Rodríguez Dabove como el Príncipe Valiente. Y aunque la intensidad no baje en ningún momento, son las participaciones de la bruja de la manzana envenenada, las que eleva la obra a un nivel superlativo dentro su género. 

Había una vez un cuento desordenado es la excelencia del teatro infantil. Producción, guión, musicalización y actuación alistados de forma sincera, para divertir a los más chiquitos y a los padres, que por rebote, disfrutan por igual. Y ya nada será como nos habían contado una y otra vez, tanto el inmortal Walt, como los otros autores universales.

Por Mariano Casas Di Nardo