lunes, 6 de febrero de 2012

Por Amor a Sandro - El musical de América.

“Por Amor a Sandro - El musical de América” emociona por sí mismo. Ya por el hecho de entender que una de las más grandes y carismáticas voces de nuestro país no está más entre nosotros, emociona. Y si confundimos a Fernando Samartin con el ídolo, más sentimos ese temblor. Simplemente ver esa flor, que representa hoy por hoy su obra, conmueve. Su mirada, sus primeros acordes y sus movimientos Made in Elvis, movilizan todo. Y uno vuelve, retrospectivamente a los setenta, ochenta y noventa, a través de sus pegadizos estribillos. El resto, constantemente nos devuelve a la Avenida Corrientes, a la butaca del Broadway, a razonar que estamos viendo un musical y que después hay que ir a cenar o volver a casa. La magia irrumpe con él y se va con él. Porque la brillante y lujosa Natalia Cociuffo, maniatada en su recortado papel de Alicia, sólo puede encontrar eco en las mujeres que supieron ser sus “nenas” y porque Cristian Gimenez, tan al pie de la letra, ve diluir su proprio brillo en cada una de sus intervenciones. En síntesis, un libro pobre para tres virtuosos actores que nada pueden hacer en el acotado perímetro de juego que le dejan. Ni el proprio “Sandro” tiene los minutos suficientes como para justificar tal osada propuesta. Un desperdicio.

Algo es cierto, la historia gira en torno a Alicia (Natalia Cociuffo), fanática absoluta de Sandro, y progresa a través de todos los estadios de su amor por el ídolo: la efervescencia adolescente, lo platónico en su madurez y lo incondicional de mayor. Y cómo se vincula esa locura “sandrística” con su novio Antonio (Christian Gimenez), luego marido y por último compañero de vida. Reiterativo por cierto. Tanto la escritura de este párrafo como la trama de por sí. Omitiendo así, momentos históricos como su participación en el Madison Square Garden, sus Gran Rex consecutivos y por sobre todo, su misteriosa, nicotínica y febril vida. Claro, algo así sería motivo para otro musical, pero de seguro, más interesante.

Sale a escena Fernando Samartin, caracterizado a la perfección y uno se toma la licencia de creer que ahí, por cuestiones entre mágicas, físicas y sentimentales, está el recordado Sandro. Una imitación soberbia, tanto en sonido como en movimiento. Sus caras, sus gestos y sus recursos histriónicos para convencernos de que ahí está el verdadero mito. Y le creemos, lo aplaudimos, nos estremecemos y por momentos somos todos felices. Los que vinimos por él, los que disfrutamos de los musicales y sus nenas, que se contornean gatunamente como si todo fuera real. Es que es un pacto de partes, en el escenario está Sandro y nosotros vemos y escuchamos a Sandro. El resto, constantemente nos pellizcan para volvernos a la realidad, de que todo es una fantasía, una ilusión y que ya pasaron más de dos años de su ausencia.

Apuntalan de la forma más exigida, esporádicas pero certeras apariciones del fan de Sandro, Leo Bosio, quien haciendo su plagio casero, saca risas entre el público; y los dos escuderos de Antonio (para este entonces, el amor relegado), Diego Hodara como su amigo cordobés y Julián Pucheta, el dueño del bar donde pasan sus tardes de resentimiento, lamento y melancolía.

Podría decirse que la inmensa figura de Sandro opaca y deforma todo el resto, incluso a la historia que queda a mitad de camino –con un abrupto y fácil final–, al preciso vestuario, la muy buena puesta en escena e iluminación. Como si todo importara poco cuando él no está en escena. Pero debería ser algo a manejar, o al menos, a equilibrar.

“Por Amor a Sandro...”, valga la redundancia, es un musical válido, solamente por amor a Sandro.

Por Mariano Casas Di Nardo.