domingo, 29 de junio de 2014

“Cita a ciegas”



Pocas veces una obra de teatro genera sensaciones similares a la de una película de cine. Es más, difícilmente un espectador pueda decir de corrido un listado de sus tres o cuatro obras favoritas como sí lo puede hacer con sus films de cabecera. Porque el teatro hace alarde de su “aquí y ahora” y como tal, se desvanece con esa misma fuerza una vez finalizado, salvo que se trate de musicales, que ya es otra historia. Pero “Cita a ciegas” rompe con todo. Porque se estructura como los mejores thrillers dramáticos, con puntos de giros constantes que nos van derrumbando de a poco. Y lo que creímos romántico en un principio, se torna perverso.

“Cita a ciegas” es la ejecución de que cuando se tiene una idea contundente, la suma de las individualidades termina siendo superadora. A priori, uno lee su elenco, entiende a su director, descubre a su autor y siente que verá una de las obras más maravillosas de su vida. Y así sucede. Porque la historia craneada por Mario Diament es dueña de una macabra e hipnótica poesía y porque su director, Luis Agustoni, hace lo posible para que todo luzca por igual. Quien menos letra tiene, más importancia en el relato y quien más presente se hace, se vuelve indispensable.

Sentado sobre el banco de una plaza, se encuentra un escritor ciego, quien tendrá encuentros fortuitos con personas inesperadas y muy disímiles entre sí. Diálogos que le dan cuerpo a un rompecabezas de fácil solución pero triste fotografía. Y no importa si el protagonista es Borges, no hace a la cuestión; porque el nudo de todo son los amores ignorados, la acumulación de las fantasías y el pasado no resuelto que se hace presente en cada ilusión.

El mismo Luis Agustoni, es quien en escena le pone el cuerpo al mentado escritor y le da la luz necesaria al resto del elenco para brillar en todo momento. Pero describir a cada uno de ellos, es arruinar la constante sorpresa que regala la obra en su devenir. Aunque si tuviésemos que seleccionar en escenas para ver una y otra vez, como se hace con los DVDs, el diálogo primero entre el escritor y “el hombre” (Aldo Pastur), en el que se cuentan sus desventuras actuales y aventuras pasadas, es un lujo. Otra perla visual es la insolencia con la que emerge “la muchacha” (Inés Palombo), que reconociendo quién es nuestro héroe no vidente, lo trata como a uno más de su acelerada vida. Y aunque roguemos para que esta intempestiva rubia de aires irreverentes nunca salga de escena, la magia del libro hace que ella siempre esté de forma tácita. Sin duda, dos de los momentos más logrados, junto a la explosión de confesiones entre “el hombre” y su mujer (Adriana Salonia). Y no mencionar a Noemí Frenkel no significa que su labor no sea de excelencia, sino que resolvería la trama. Con solo una frase, el final hiela la sala. Como esos films donde todos los recursos de edición juegan a favor del asombro. Así de contundente, así de definitivo. 

“Cita a ciegas” es el equilibro perfecto entre talento, belleza, profesionalismo, sentimiento, esperanza, nostalgia, espanto y diversión. Una obra que no pasa desapercibida por la cabeza de nadie. De esas que se quedan para siempre.

Por Mariano Casas Di Nardo
@MCasasDiNardo

"Pegamundos"



Muchas veces se suele acusar al teatro infantil de subestimar al espectador por darle obras eficaces de simple arte. Y “Pegamundos” es lo diametralmente opuesto. Un teatro de elaboración artesanal, tanto en la escenografía, vestuario y sobre todo la música. Con la dulzura de sus dos protagonistas, quienes al segundo ya captaron la atención de los más niños; gracias a una armónica estética y suavidad en sus gestos y diálogos. Tal vez se pueda discutir la metáfora del argumento, un tanto elevada para la platea infantil, pero nada que confunda a los niños y que devalúe una obra que se destaca por lo optimista e iluminada.

Con las destacadas y creíbles actuaciones de María José Colonna y Valeria Zlachevsky, es Paula Sánchez en su rol de dirección y puesta en escena, quien le da identidad a todo. Un pueblo llamado Pegamundos, a donde llega Lucinda en busca de algo que le falta a su mundo. Allí todos duermen la siesta menos Drumbalina, quien la ayuda en su búsqueda. Así pasarán por la peluquería, la bicicletería, el kiosco, el bar y la plaza; entre canciones, pasos de baile y entredichos. Y lo que inició con el solo objetivo de una búsqueda personal, se convierte en algo mejor para la intrépida Lucinda.

Considerado como “un espectáculo musical para toda la familia”, la obra escrita por María José Colonna, Paula Sánchez y Valeria Zlachevsky, encuentra sus momentos más logrados cuando suenan las canciones de Marina Baigorria, que son bien sostenidas por la vocalización y las coreografías de sus protagonistas. Otro gran acierto es el vestuario, mostrando la sencillez de Lucinda y lo estrambótico de Drumbalina.

“Pegamundos” es una opción más que válida para aquellos padres que prefieran el teatro de plaza, que vincula al actor con sus hijos de una forma más directa y personalizada; que a esos shows entre grandilocuentes y abstractos que no identifican a nadie. Ideal para chicos de entre cuatro y nueve años.

Por Mariano Casas Di Nardo
@MCasasDiNardo

domingo, 22 de junio de 2014

"Paulatina Soledad"



La historia es tan pequeña como hasta intrascendente, pero seguramente nos cueste olvidar la imagen de esas dos señoritas sentadas en el banco de un cementerio, pasando de la angustia a la risa en cuestión de comentarios. Pulso de relojero suizo el de su realizador para diagramar y ordenar en poco tiempo, acotado espacio y con mínimos elementos, una obra que trasciende su dimensión en todo momento, ya sea por las actuaciones, la escenografía, el vestuario y la música del inicio y del final.

“Paulatina Soledad” lleva en su nombre un juego de palabras que el espectador cuando descubra, aceptará que el autor ya se ganó la mitad de la partida. El resto es propiedad exclusiva de sus dos protagonistas, quienes con una histriónica dulzura, nos llevan de las narices por sus encuentros y desencuentros. Mientras una es la que en su normalidad, tiñe todo de tristeza y desconsuelo; la otra, a su ocaso lo oculta con brillo y entusiasmo. Ninguna de las dos es genuina, aunque preferiríamos creerles para no estar a la espera del desastre que podrían desencadenar sus propias confesiones. Que llegan, pero entre sonrisas, consejos, lágrimas y consuelos.

La obra escrita y dirigida por Esteban Bruzzone no es una comedia con la que uno va a reírse todo el tiempo, pero sí con la que puede asimilar diferentes puntos de vista, como los de esa mujer que busca refugio en un lugar donde el resto queda a la intemperie (interpretada por Lucila Goldberg); o como el duelo que canta a los cuatro vientos la iluminada sonrisa de su compañera de banco (Nora Kriegshaber). La belleza de una, es la desgracia de la otra y viceversa. Aunque algo es seguro, todos quisiéramos tener el optimismo y ese carácter regenerativo que irradia esta última, en cada ingenua frase de aliento.

Aunque esté enmarcada en un cementerio y de sus diálogos se desprendan conceptos como muerte, lamento, frío y desolación, “Paulatina Soledad” trata del amor. Del amor en sus dos estados más indefinidos, el del enamoramiento y el de su degradación. Una pincelada irónica sobre aquellas relaciones sentimentales que desestabilizan a las mujeres cuando menos se lo esperan.

Por Mariano Casas Di Nardo
@MCasasDiNardo

lunes, 16 de junio de 2014

"Piel de Chancho"



El riesgo de realizar una pieza teatral de un autor tan ecléctico como José María Muscari, es no lograr interpretar su código. O al menos, no poder demostrarlo, como todo el público lo exigiría. Grotesca en su impronta y voraz en su relato, “Piel de Chancho” se muestra como la obra más provocadora del director argentino más kitsch de la escena nacional. Por suerte, Darío Portugal Pasache mantiene sus signos más vitales, para montar una versión suavizada, aunque tan decadente como la original. Podemos discutir si es un acierto o una tranquilidad de garantía, pero lo real es que entretiene, choca, desagrada, irrita, angustia y agota, al igual que la recordada versión de María Aurelia Bisutti, allá por el año 2006, en el Teatro del Pueblo, cuando Muscari no era Muscari. O tal vez era más, o menos.  

Las comparaciones suelen ser odiosas pero no hacer un análisis de la transfusión de ADN entre el antes y el ahora, es de negador. Para el sarcasmo, nada mejor que la mirada de Marie Mazza en el  papel de Ingrid; mientras la ingenuidad perversa se hace carne en el desconcierto de Graciela González Saavedra como La Nana. La música le da la cuota exacta de cinismo a ese triángulo que termina de completar Nadia Brom, quien como Luisa le pone paños fríos a esa temperatura hogareña que merodea siempre el rojo.

“Piel de Chancho” trata sobre tres generaciones, en sus gamas más descoloridas y penosas, conviviendo en una casa. Una relación familiar hostil, que encabeza la abuela, le sigue su hija y finaliza su nieta. Puede que se quieran, pero no lo demuestran en ningún momento. Competencias encubiertas, envidias y esos lazos sanguíneos que eternizan tanto como lastiman.

Apartado por un tiempo de los clásicos que supo dirigir como “Yerma”, “La casa de Bernarda Alba” y “Bodas de sangre”; Darío Portugal Pasache acierta en rescatar a las actrices que más le rindieron en su pasado, para vestir con su calidez, una obra sombría que se destaca por lo corrupto de su devenir. La correcta utilización del espacio escénico y la diagramación del mismo, son detalles que le juegan a su favor, como también el preciso vestuario elegido por Gaby Mazza, sobre todo en el personaje de Ingrid. La última escena, va directa a un cuadro que pocas veces uno puede olvidar.

“Piel de Chancho” es una obra que gusta y entretiene, sobre todo si no se vieron sus versiones anteriores que hacen de flashbacks en continuado. Una audacia total la de su director de montar una obra de un autor tan presente; y tres actrices que dan muestra de estar a la altura de las circunstancias.

Por Mariano Casas Di Nardo
@MCasasDiNardo

miércoles, 11 de junio de 2014

“Drácula, el murciégalo”

A priori, la propuesta era interesante y desafiante. Cómo llevar a un personaje terrorífico y siniestro como el Conde Drácula, a un escenario para chicos y que no asuste en ningún momento. Por lo visto, de la forma en que lo encaró su autor y director Julián Raúl Collados. Muchos aciertos, sobre todo en la construcción de los personajes, del mismo Drácula y de la historia en sí. La clave, la inclusión del mayordomo del castillo, Vladimiro, quien en todo momento baja los decibeles de terror y salpica los diálogos con humor. Él desde su verborragia y su asistente Tito desde la gestualidad, llevan la obra por el lado que divierte a todos los niños.

En un primer momento, Juan, el protagonista llega a Transilvania con el objetivo de comprar los terrenos, pero sin resultados positivos, queda encerrado e incomunicado. Una foto de su prometida Mina, enamora al Conde, quien decide venir a Argentina a conquistarla, con un plan macabro, secuestrar a su amiga Lucy y convertirla en vampiresa. Nada del libro original, pero todo para que los chicos se rían y se diviertan con los periplos de estos atolondrados personajes.

Al histrionismo que le imprime Hernán Escobar a su personaje de Vladimiro, hay que sumarles la simpleza de Juco Castelli a su Juan, Natalia Vaistij a Mina y de Marcelo Chiarelli a Tito. Mención aparte para Micaela López, quien en su rol de ama de llaves e incondicional de Mina, le saca la risa a los más grandes. El resto se divide entre el correcto Matías Ramírez como el párroco Pascual y la ocurrente Ángeles Folmer como Lucy, una mezcla de la Popis del Chavo y de paquita de Xuxa. Y por último, Drácula, quien ridiculiza todos sus actos, consiguiendo así la complicidad de los espectadores más pequeños. Pero no es sólo logro del libro y del director, sino del mismo Ignacio Aramburu, quien a pura gestualidad e impronta, logra la complicidad de la platea.

Tal vez en lo único que no pensó su creador, fue en que los niños, una vez disfrutada la obra, crean que todo lo relacionado con el Conde sea para ellos. Pero esas serán cuestiones que tendrá que asumir cada padre por su parte. “Drácula, el murciégalo” es una obra amena, simpática y alegre, que se hace fuerte en el vínculo que crea cada niño con el personaje en cuestión.

Por Mariano Casas Di Nardo
@MCasasDiNardo