La obra
cuenta una historia pequeña que toma amplitud por la pasión que le imprime ese
locutor que acompaña a la gente en sus desveladas noches. Marcos, quien tiene
su programa de radio de 12 a 4 de la mañana y que cuatro o cinco veces al año,
con su amigo y operador Pulpo, toma su camioneta y se va a algún pueblito
perdido del país a transmitir en directo. Esa noche, todo coincidió para que
hagan su programa desde el teatro Ana Muller, desde la ciudad de Las Rocas en la
provincia de Buenos Aires.
Si existe la
cuarta pared de la que hablan los críticos teatrales e imponen los docentes a
sus alumnos actores, Facundo Arana con su personaje la pone por detrás de la
platea. Entonces con su histrionismo, seducción y empatía, involucra a todos en
esa intimista noche radial. La primera vez en una obra que no sea de humor, que
sentimos ese feedback entre la historia que se cuenta y nosotros, testigos
privilegiados de una noche que quedará en el recuerdo. Habla con sus oyentes,
le recita a una tal Milagros, toca el saxo y con flashbacks de intensa nostalgia,
nos recuerda momentos que se vivieron en ese teatro casi abandonado. Una
brillante performance de un actor que deja absolutamente todo en el escenario y
que se debe volver a su casa, vacío; como quien está en blanco, porque todo su
bagaje actoral y profesional lo perdió en esa hora y media de función.
Se nota que
el libro de Manuel Gonzalez Gil con la colaboración de Sebastián Irigo fue
escrito en base a la historia y personalidad de Facundo Arana. Como también
queda evidenciado que la música de Martín Bianchedi, lo potencia en su
sensibilidad. Y como quien cuenta con lo mejor, Arana sale a arrasar. La
dirección del mencionado González Gil lo articula de manera brillante y cual
mimo, cada dicho lo acompaña con un gesto preciso. Mucha dirección de actor
encima, para coordinar palabra, movimiento y mirada. Y sobre todo, mucho
trabajo y concentración para que su voz ronca no sufra en ningún momento.
“En el aire”
cierra con un final extremadamente emotivo. Inesperado. Que sensibiliza
incluso, al mismo protagonista, a tal punto que se retira en medio de los
interminables aplausos como avergonzado por hacer llorar al público. Sin duda, Facundo
Arana en su mejor y más pasional versión.
Por Mariano
Casas Di Nardo