Algunos
libros son autosuficientes y más cuando en sus primeras líneas descubrimos que
estamos presenciando una historia que sucedió en los años de la Dictadura
argentina. Esto ocurre cuando iniciamos “La luna en la taza”, si no es que antes
leímos el programa de mano que nos dan al entrar a la sala. Un escenario
central, que tiene a los espectadores de cada lado y que según nos ubiquemos,
podremos tener la espalda o el frente de los protagonistas.
Claramente
ese living es de los fines de los 70. La textura, lo corrosivo de sus copas y
sus botellas añejas, demuestran que ahí
hay tensión. Y aparece Alba, quien lookeada a la perfección, comienza su
relato costumbrista. Con giros humorísticos, de esos que dan gracia por el
nerviosismo de los diálogos, la obra va tomando forma.
Alba es la dueña
de la casa, la mujer del intempestivo Blas, quien llega al hogar con pocas
pulgas, muchos rencores y demasiadas inquietudes. Antes, la aparición de Lucy, una
inquietante mujer que seduce a todos de forma ingenua pero con argumentos
contundentes, incluso, a la jefa del hogar. Ella rompe un frío que en lo
inmediato nos arrinconará contra la butaca. Cierra este cuarteto, Luis, el
amigo superado, que en cada comentario pretende dejar en claro lo arriba que
está de todos.
Con un
elenco homogéneo en lo actoral, sin duda es Cristian Thorsen (Blas), quien
logra los mejores momentos, tanto para la confusión como para el drama de esa
gente, que busca soluciones donde sólo hay enojo. La ciclotimia de Alba, es un
logro de Silvana Seewald, quien siempre llega hasta el segundo antes de
explotar y vuelve a su quietud. Tal vez sea Ramiro Gatti (Luis) quien nunca
termina de soltarse en lo corporal, con diálogos decisivos que quedan ahí. Y
sin ser imprescindible en la historia narrada, Rosario García Coni, a pura
imagen y pases de comedia, se vuelve fundamental para que la obra no angustie
de principio a fin. Su cara cuando todo es un caos y ella intenta comer una
gacetita con queso, vale toda la obra. Ella descomprime tanta tensión histórica.
Ambiguo
trabajo de Alejandro Mateo para brillar en los vestuarios de Luis y Alba,
dándole el tono exacto, sobre todo a la caracterización de este amigo creído. Mientras
que en otro plano, casi de inentendible explicación, los dos looks de Lucy,
entre bailarina de cumbia e “It girl” noventosa, que la propia actriz García
Coni, hasta con incomodidad, intenta disimular con movimientos cerrados.
“La luna en
la taza” es una lograda y muy buena obra, que muestra mucho menos de lo que
dice. Que le deja al espectador todo el trabajo de cierre, mientras celebramos
la rebeldía del director Daniel Dibiase por poner en cartel esta cruda pieza de
Beatriz Mosquera.
Por Mariano
Casas Di Nardo