viernes, 16 de septiembre de 2011

Una que sepamos todos –Un tributo a Gachi Ferrari–.

Pablo Novak y Roberto Antier con su show Una que sepamos todos (Un tributo a Gachi Ferrari), nos invitan a un paseo retro para destacar aquellas cosas que por cuestiones del tiempo y de los avances tecnológicos, quedaron en el pasado y que hoy solo permanecen en nuestro recuerdo o en alguna foto sacada con la Kodak de rollo. Pero para no ser todo tan vetusto y añejo con ese dejo de naftalina que agobia, este siniestro dúo, decora toda nostalgia con acertadas e inolvidables canciones de Los Beatles, Billy Joel y Sui Generis, entre muchos otros.

Al unísono por momentos o intercalados entre monologo y monologo, sus protagonistas no escapan ni por un segundo del humor. Y ya sea en autoreferencia o para describir toda una época, siempre hacen del humor, un bálsamo para que todo termine con una sonrisa. El derrape, está a cargo de Pablo Novak cuando interpreta con melodía de la canción Carta de un león a otro, la historia de un preservativo que reconoce su complicada y desprestigiada vida. Luego, a modo de dúo tanguero, Novak y Antier, cuentan la historia de un asado que involucra al firmamento de estrellas de nuestra farándula dentro de la sintaxis, con seguridad, lo más logrado de un show que sin fisura y menos pretensiones, divierte constantemente las dos horas de duración.

Pero en este fogón, entre exclusivo y ameno, hay lugar para los amigos. La idea debe ser finalizar cada velada con la participación de amigos, los cuales le dan su toque de distinción al epílogo. En esta oportunidad, Amelita Baltar, Donald y Alejandro Giordano, bajista de Banana Pueyrredón, le agregaron el plus de aquellos artistas atemporales, que suenan cálidos en todo contexto; mientras el colorido lo dio Silvina Bosco, quien descalza, al mejor estilo Marikena Monti, entonó el himno "Los Mareados". Claro está, todo lo descripto en este último párrafo, difícilmente pueda repetirse, pero hace de regla general para todas las funciones, a pesar de que sean distintos los invitados.

Una que sepamos todos alegra el corazón porque tiene todo lo necesario para pasarlo bien: humor, nostalgia alegre, música del recuerdo y lugares comunes que unen al público. Y todo eso se siente en los aplausos intermedios y sobre todo en el del final. Lamentablemente el show termina, porque de no estar en Clásica y Moderna, sino en un living cualquiera, se extendería hasta altísimas horas de la madrugada. Porque historias en común y canciones para cantar, todos siempre tenemos una más. Un aplauso para estos dos actores y músicos, que de la galera, sacan un contundente y acertadísimo show.

Por Mariano Casas Di Nardo.

jueves, 15 de septiembre de 2011

Llueve en Barcelona

Con Llueve en Barcelona, su director Yoska Lazaro pone a disposición del espectador todos los recursos del teatro de calidad. De ese que no genera ni un ápice de humor pero que quedará por mucho tiempo en nuestra cabeza como una gran obra, y que a su vez, agiganta su valor con el paso del tiempo.

Un excelente libro como el del catalán Pau Miró, una reducida pero eficaz puesta en escena, grandes actuaciones y una dinámica temporal que va recortando el aliento hasta uno sentirse incómodo. Claro, con el correr de los sucesos uno entenderá que todo está digitado por este gran director proveniente de España, que al parecer, ya hizo suyo los escenarios under de su adoptiva Buenos Aires. Tal vez pueda reprochársele la inclusión de la voz en off de Elizabeth Vernaci, que no hace a la cuestión y tampoco al cartel de venta. Quien quiera escucharla prende la radio y no saca una entrada de teatro. Porque Llueve en Barcelona es la idea y quien la pone en escena, no más.

La obra, depende desde donde uno la mire, puede tratarse sobre la explotación sexual de una mujer vencida por la vida o del amor irracional que una mujer puede sentir cuando su coyuntura se le vuelve desfavorable. Y para este rol, Lali, protagonizada por Esther Ramos, parece ideal. No cabría a posteriori que lo interpretara otra actriz. Sus gestos, su caminar y su impronta entre sensual y decadente, habilita al lucimiento de los otros dos personajes. Sobre todo su cafiolo-amante-amigo-y-pesadilla, Carlos (Kike Gómez), quien con sus patéticos gestos y latiguillos, viste de una extrema realidad a la obra. Y sí, por momentos a uno le dan ganas de saltar al escenario para ubicarlo de un golpe; sin dudas, otro logro de su director, quien tiene la clara intención de cachetear a cada rato con dosis de teatro verdad a nosotros, los espectadores, que elegimos complicarnos la existencia un sábado a la noche. “¿Quién nos manda a venir?” nos preguntamos por lo bajo con total honestidad. Pero es un pensamiento en caliente que, con la decantación de la obra, se convierte en querer hacerle una reverencia al culpable de todo; Yoska Lazaro, claro está.

Cierra esta historia de amor, violencia de género, drogas, poesía y lluvia, David (Iñaki Moreno), quien le pone un manto de pasión a tanta oscuridad. Con el preciso vestuario de Laura Poletti y un juego de los tiempos exactos, son las pausas musicales las que le da más identidad al drama vivido.

Llueve en Barcelona, es teatro en su estado más puro. Marco que no significa alegría y mucho menos belleza. Un libro que nos disparará miles de preguntas... como pensar cuántas miles de Lalis habrá en el mundo, cuánta gente estará al lado de la persona que la hace infeliz y cuántas no se jugarán por quienes la hacen sonreír. En síntesis, cuánta gente estará en el lugar equivocado en el momento equivocado sin tener la fuerza y valentía de cambiarlo.

Llueve en la Barcelona de Gaudí, pero también en todas las ciudades del mundo. LLovió un sábado, porque un tal Yoska se encargó de juntar todas las nubes sobre nuestras cabezas, a sabiendas de que a futuro, un hermoso sol brillará por sobre todos los que disfrutamos de una buena obra de teatro. Ojalá Lali también pueda disfrutar algún día de ese sol.

Por Mariano Casas Di Nardo