Muchas veces
se habla del teatro psicológico o del thriller para exorcizar los miedos que un
director o autor llevan dentro. Y se nota por todos los huecos del guión, en la
puesta de escena y en los diálogos. Los amantes del teatro siempre se dan
cuenta cuándo y por qué, el director puso su realidad; guste o no, esté plasmado de forma errónea o precisa. La cuestión que incomoda es cuando uno
presencia una obra que descoloca. Cuando la obra traspasa la ficción y parece
ser todo realidad. Como en esos films de Carlos Sorín con no actores y sí con
lugareños, que hace todo híper real y uno pierde parámetros. Se entra en un
laberinto del que no sabe cuál es la entrada ni la salida, como tampoco qué es verdad y qué no. “Menea para mí” desorienta, atemoriza, apasiona,
incomoda, provoca y enamora. Y Mariana Bustinza es la clave. Su vida, su
pasado, su arte, su idioma y su lenguaje corporal, son los que nos ahogan
durante una hora y minutos de función.
Dicen que
Twitter en su afán de contar lo que está sucediendo en el momento, agiganta la
realidad. Precisa descripción de lo que también es Bustinza como dramaturga y
directora. Ilógico que esa comediante de Improvisa2 que hace reír desde hace
años en los escenarios argentinos, nos plantee esa escena patética y lúgubre.
Desde que atravesamos la puerta de la sala, ella con sus artilugios
subliminales nos adentra en el corazón de una villa, donde sombras adolescentes
hacen su vida. Lo más opaco del ser humano expuesto como la Zona Roja de
Amsterdam. Almas petardeantes, desafiantes, derrumbadas y penosas en primer
plano. La ambientación es perfecta. Podría decirse que nadie en el teatro
nacional, representó de forma tan exacta a una villa.
La obra es
una radiografía de la Villa 21, suponemos por el lookeo de Huracán de la
mayoría de sus integrantes. Y así, podemos observar y entender la vida de El
Maxi (Luciano Crispi), de qué vive, quiénes son sus amigos, qué relación tiene
con sus pares, su ferocidad cuando cuida a su hermana menor y la cursilería
genuina cuando le demuestra su amor a La Pao (Vicky Schwint), y cuando arruina
su noviazgo por las consecuencias de la droga. En su periferia, pero casi a la
par de protagonismo, emerge la oscuridad de El Tucu (Ezequiel Baquero), otro
pilar de este suburbio, que en su lumpenaje, mantiene una fidelidad inédita con
La Magui (Victoria Raposo). Más irascible que su compañero, se posiciona como
un verdadero bandolero. Solo verlos, asusta. Completa este tridente, El Wester
(Germán Matías), el más rudimentario y efectivo. Absoluto acierto de Mariana
Bustinza para darle a todo su matiz justo. A los modismos, a los arranques, balbuceos
y por sobre todo al vestuario. Un trabajo global, que muestra además de su
dirección general, la particularidad que realizó con cada integrante.
“Menea para
mí” inicia desde que uno entra a la sala y se acomoda en la butaca; y termina
cuando uno empieza a olvidársela. Porque luego del aplauso final, resabios de
lo vivido comienzan a gotear en nuestros pensamientos. Y nos puede venir la
remera Lacoste made in La Salada de La Peque (Mica Quintano), la vulgaridad de La
Pao o lo andrógino de La Rocha (Florencia Rebecchi). Todas percepciones que tal
vez no asimilamos cuando vemos la obra pero después decantan y no hacen más que
enaltecer la figura de su autora. Algo es cierto; nada de lo que vemos gusta.
Porque por sobre todo, sobrevuela nuestro miedo y nuestro estado de alerta. Sus
performances bailadas que narran escenas de sexo, pelea, escape, drogas y
violencia, profundizan la tensión. Y cuando parece que todo drena, La
Mami (Mechi Hazaña) y su estética primitiva, saltan a escena. Nadie sobreactúa
y eso, en su contexto, definitivamente abruma.
“Menea para
mí” es un todo corrosivo que nos mancha lo tomemos de donde lo tomemos. La
demostración del talento de Mariana Bustinza para con una obra de teatro,
quedarse en nuestra antología para siempre.
Por Mariano
Casas Di Nardo
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