La calidad
poética del autor es la que decide cómo contar lo que se quiere contar, por más
atroz que sea la historia. Y la obra teatral “La Varsovia”, demuestra que hasta
el infierno más oscuro, puede describirse de bella manera.
La escenografía
es tan delicada como minimalista. Con la textura de la madera balsa, se recrea
la proa de un barco y a su alrededor como dos pequeñas islas. A un costado,
casi en la penumbra, un banco donde los dos músicos le pondrán a lo narrado
cortina en vivo y en directo. Matías Wettlin toca la guitarra e Ignacio Pérez,
el bandoneón. Y siempre, pero siempre que hay música en vivo, la atmósfera
genera más todo. Ya ubicados en nuestras butacas, sabemos que vamos a disfrutar
como pocas veces de ese teatro real, de poca distancia entre unos y otros.
Y allí vemos
a sus protagonistas. A Mignón y Hanna; en principio dos mujeres bien que viajan
en barco y cuchichean los pormenores de su travesía, mientras una siente las
consecuencias de comer de más y la otra la asiste en su recuperación. No hay
más indicios que ellas dos ahí, tan preciosas y delicadas como lo demuestran
sus peinados y vestuario, al menos el de Mignón (Laura Castillo) con un acento bien
argentino de la década del 30; mientras que Hanna (Lena Simón) se pronuncia con
un exacto timbre originario de Europa del Este.
Si al
refinamiento plasmado con su escenografía, le sumamos su armoniosa música en
vivo y lo artístico de sus protagonistas, las actuaciones no podían excederse
de un estrecho margen entre lo bello y sensual. Justo espacio para que tanto
Laura Castillo como Lena Simón muestren la nitidez de su femineidad. Sus
gestos, sus pausas, sus silencios altaneros y sus cambios jerárquicos nunca se
mueven del espacio que suponemos, le marcó su directora Liliana Adi. Brillante
tarea de quien puso en escena y craneó semejante perla teatral.
Recordemos
que aun con la mejor la dulzura, se puede explicar la peor crueldad
y no perder la compostura ni la elegancia. Que al final nos termina dejando un peor
sabor que si nos lo contaran de la forma más brutal. Eso es “La Varsovia”, una
caricia que deja el más letal de los venenos en nuestra piel.
Por Mariano
Casas Di Nardo
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