martes, 14 de junio de 2016

“Adicción”

Infinidad de obras abarcan el tema del amor y tratan de reflejarlo en palabras lo mejor articuladas posibles para demostrar cómo siente un corazón en carne viva. Pero tal vez, la versión de Agustín Chenaut sea de las más certeras del teatro nacional en los últimos años.

Insisto, “Adicción” aborda el tema del amor. Sin poesía, tampoco belleza y menos calma. De la forma más bruta. Porque el amor es eso, un sentimiento rudimentario que puede vestir de romántico cuando está controlado pero que cuando todo se desborda, es demencial. Y allí la vemos a Mariana Moschetto, una de las actrices, demostrando lo más alienado del sentimiento. La bajeza, la altanería, lo ordinario, lo bipolar y lo básico de esa pulsión que camuflamos con besos y caricias, pero nos llena de ira por dentro.

“Adicción” es lo que siente todo ser humano y que Agustín Chenaut, como autor y director, pone en imágenes. Pasajes hablados, aunque la mayoría musicalizados, para que empecemos a intranquilizarnos. Una hora y minutos que nos movilizan por dentro. También “Adicción” es ese instante donde perdemos de vista lo que necesitamos para respirar, perdiendo así el equilibrio.

La escenografía es justa, deformando el acotado escenario del teatro La Revuelta. Seis actores en un espacio de tres por tres, que hacen infinito cuando el director da el okey. Cada uno de ellos significa algo. Pero es tan profundo que difícilmente se los pueda describir con palabras. Es que hay que ver “Adicción” para entender mejor esta crítica. Algo es obvio, la voz de Agustina Donantueno cautiva. Y cuando canta, una brisa de aire fresco sobrevuela semejante infierno. Sofía Black Kali le pone belleza e ingenuidad adolescente y Mariana Moschetto, nervio y fiebre. A su vez, los hombres (Gustavo Vacca, Ezequiel Baquero y Lucas Villar) cristalizan la fuerza; ese abismo recíproco entre la rabia y la lástima.

“Adicción” es el estado demente que hace implosión en nuestra cabeza cuando se nos escurre el agua de las manos. Es una obra de teatro con la cual autorizamos a Agustín Chenaut a zamarrearnos de lado a lado con total prepotencia. Y encima nos vamos contentos.

Por Mariano Casas Di Nardo





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