Infinidad de
obras abarcan el tema del amor y tratan de reflejarlo en palabras lo mejor
articuladas posibles para demostrar cómo siente un corazón en carne viva. Pero
tal vez, la versión de Agustín Chenaut sea de las más certeras del teatro
nacional en los últimos años.
Insisto, “Adicción” aborda el tema del amor. Sin
poesía, tampoco belleza y menos calma. De la forma más bruta. Porque el amor es
eso, un sentimiento rudimentario que puede vestir de romántico cuando está
controlado pero que cuando todo se desborda, es demencial. Y allí la vemos a
Mariana Moschetto, una de las actrices, demostrando lo más alienado del
sentimiento. La bajeza, la altanería, lo ordinario, lo bipolar y lo básico de
esa pulsión que camuflamos con besos y caricias, pero nos llena de ira por
dentro.
“Adicción” es lo que siente todo ser
humano y que Agustín Chenaut, como autor y director, pone en imágenes. Pasajes
hablados, aunque la mayoría musicalizados, para que empecemos a
intranquilizarnos. Una hora y minutos que nos movilizan por dentro. También “Adicción” es ese instante donde
perdemos de vista lo que necesitamos para respirar, perdiendo así el
equilibrio.
La
escenografía es justa, deformando el acotado escenario del teatro La Revuelta.
Seis actores en un espacio de tres por tres, que hacen infinito
cuando el director da el okey. Cada uno de ellos significa algo. Pero es tan
profundo que difícilmente se los pueda describir con palabras. Es que hay que ver “Adicción” para entender
mejor esta crítica. Algo es obvio, la voz de Agustina Donantueno cautiva. Y cuando
canta, una brisa de aire fresco sobrevuela semejante infierno. Sofía Black Kali
le pone belleza e ingenuidad adolescente y Mariana Moschetto, nervio y fiebre.
A su vez, los hombres (Gustavo Vacca, Ezequiel Baquero y Lucas Villar)
cristalizan la fuerza; ese abismo recíproco entre la rabia y la lástima.
“Adicción” es el estado demente que
hace implosión en nuestra cabeza cuando se nos escurre el agua de las manos. Es
una obra de teatro con la cual autorizamos a Agustín Chenaut a zamarrearnos de
lado a lado con total prepotencia. Y encima nos vamos contentos.
Por Mariano
Casas Di Nardo
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