Tres motivos bien marcados son los que hacen de “Waterloo, a
bailar” una muy interesante obra. La música de ABBA, la presencia de Carolina
Ibarra y arte de Anabella Simonetti (si entendemos por arte, su gestualidad,
baile y voz). Y ensamblados en su punto junto, se puede hacer un musical
gigantesco para llevar al Luna Park o bien, una pincelada llamativa, como en
este caso. Porque al parecer, así lo entendió y utilizó su director Julián
Martín Boffa, quien en el pequeño diámetro del escenario del Teatro Buenos
Aires, nos ofrece un relato infinito. Infinito en sí, porque la historia es perdurable
en el tiempo y porque las canciones elegidas de ABBA se nos meten entre todos los
recuerdos y en más de un cuadro, hasta nos reconocemos.
Ambientada en los años 70, la obra cuenta sobre una pareja
que se conoce en la discoteca de moda “Waterloo”. Por un lado, Fernando
(Ezequiel Fernanz), el Romeo enamorado de Emma (Agustina Vera), quien encuentra
en la insistencia de su amigo Galo (Walter Bruno), la valentía para ir a buscar
a su nuevo y sorpresivo amor. Del otro lado, la misma Emma quien junto a su
amiga Moira (Anabella Simonetti), se escurren entre las garras de estos dos
efervescentes chicos. Todo bajo la atenta mirada de una especie de Cupido mujer,
interpretado sabiamente por Carolina Ibarra. Y así, entre veloces diálogos,
exactas y ajustadas coreografías y las canciones de ABBA en castellano,
“Waterloo, a bailar” nos va dibujando una sonrisa.
Escuchar las canciones de ABBA ya nos da un nivel de
universalidad importante. Nadie que se jacte de melómano puede no sucumbir ante
los acordes de, por ejemplo, “Super Trouper”, “Take A Chance On Me” o “Dancing
Queen”. Y cuando en escena el protagonismo lo asume Carolina Ibarra, la obra
está completa. Lo mismo sucede cuando Anabella Simonetti se vuelve el centro de
la coreografía. Ellas bailan y cantan con todo el cuerpo y la atención es
inmediata y el aplauso espontáneo. Otros puntos altos son “The Winner Takes It
All” y “Chiquitita” con Ezequiel Fernanz como intérprete.
Con un vestuario creíble y las simpáticas coreografías de Mariana
Szchumacher (que disimulan a la perfección el pequeño espacio en el que
transcurre la historia), “Waterloo, a bailar” juega perversamente con nuestra voluntad.
Porque estéticamente es bella, alegre e iluminada, pero nos deja con ganas de
ver más a Carolina Ibarra, quien en cada una de sus pequeñas apariciones, deja
una estela de su brillo. Así también la voz de Anabella Simonetti, la cual
obliga a que tenga su canción en solitario (por qué no “Thank You For The Music”
que injustamente quedó afuera del repertorio y le caería muy bien a su registro
vocal). La dulzura de Agustina Vera en su rol protagónico, la energía de Walter
Bruno y la bondad de Ezequiel Fernanz, mantienen el nivel de pureza para que
sea catalogada como una obra apta todo público.
“Waterloo, a bailar” nos deja en claro que la música de por
sí, toca fibras que ningún texto por mejor actuado que esté, puede hacerlo. Y
en esta inexplicable sensación que la razón desconoce, el triángulo ABBA,
Ibarra y Simonetti, es vital. Un superó con signos de admiración para el
musical escrito y dirigido por Julián Martín Boffa.
Por Mariano Casas Di Nardo
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