jueves, 13 de septiembre de 2018

"Una espina en el zapato"

La nueva y más sentida obra de Nazareno Molina trata un tema urticante por donde se lo mire: el Alzheimer. Una enfermedad que no solo maltrata al que lo padece sino que devasta a sus familiares, quienes visitan a su ser querido como si fueran extraños que caminan por ahí. Claro que para la puesta en escena, su director, el mismo Molina, recurre al humor, al grotesco, absurdo y hasta humor negro para que no sea todo un balde de agua fría de principio a fin. El dolor solo acude al espectador cuando toma conciencia del tema tratado y en el final. Después, durante todo el relato, la risa es la protagonista.

Nazareno  Molina asume todo el protagonismo. La obra es escrita, dirigida y protagonizada por él. Después al ver el programa, se entiende que es una historia que vivió en primera persona y por eso se explica que es el eje de todo y va dando los pies al resto de un elenco entusiasta. Sin nombres conocidos, a excepción de Daniel Gallardo con mucha experiencia en televisión, sus seis actores restantes, llevan la historia con hidalguía. Ellos son Silvia Dell´Aquila, Miriam Schlotthauer, Julieta Bermúdez, Sandra Silveyra, Valentina Latella Frías y Fabián Kobrin.

“Una espina en el zapato” cuenta la historia de Modesta, una señora que a sus años, padece Alzheimer, enfermedad que por momentos la encierra en un laberinto de desconcierto y en otros, la lucidez hace su tarea. Están en vísperas de la cena de Navidad, esperando las doce de la noche para brindar, y entre los preparativos, a cargo de Nicolasa, su enfermera, consejera, ama de llaves y mucama; van cayendo sus hermanos y sobrinos. La idea es pasar una Nochebuena en familia. El problema se suscita cuando Modesta, apremiada por un rencor absoluto, larga verdades en cuotas que hacen pelear a todos los presentes. Mentiras, secretos y estafas que salen a la luz e incomodan a todos.

Histrionismo puro de Nazareno Molina para hacer reír a toda la platea con sus gestos, dichos y remates. En su papel de Nicolasa, es quien interactúa con todos los personajes y deja el campo minado para que en cada participación de sus protagonistas, todo explote por el aire. Una comedia que en el fondo lleva mucho drama, pero que en la superficie, muestra un teatro entretenido, ideal para despejar la cabeza ante tanta presión personal.

Por Mariano Casas Di Nardo



martes, 11 de septiembre de 2018

"No es amor es deseo"

La obra “No es amor es deseo” es un absoluto acierto. Y demuestra que para la innovación en lo que respecta al arte, no hace falta pasar límites, llegar a lo extremo, reducir la duración de la obra, invocar a la pornografía o lo inverosímil, sino creatividad, el talento. Porque es un trabajo que se presenta en tres episodios, que bien pueden verse por separado, pero que en su totalidad, es donde logra su éxito narrativo y conceptual, el cual elaboró el dúo Patricia Suárez y Sandra Franzen.

“No es amor es deseo” son tres episodios teatrales de una hora de duración cada uno que se presentan con 15 minutos de intervalo entre sí. Primero es “El corazón del incauto”, dirigida por Sandra Franzen y protagonizada por Anahí Gadda, Nicolás Barsoff y Diego Cassere. Aquí se cuenta una historia de amor de la Argentina de 1925, en las afueras de Buenos Aires. Tal vez el relato más crudo de los tres, con actuaciones sobresalientes de sus tres artífices. Cada escena parece una fotografía o una poesía de la más opresiva. En segundo término llega “El despertar de la ingenua”, con la dirección de Herminia Jensezian y las actuaciones de Victoria Reyes Benz, Renata Marrone y Daniel Dibiase, este último, dando cátedra de actuación. Aquí se muestra un triángulo amoroso en Paris que sutilmente conlleva su conexión con el anterior episodio. Por último y como historia final, “La tentación de Marta Ortiz”, donde la directora María Laura Laspiur le da fuerza a Mónica Felippa, Mathias Carnaghi y Laura Castillo. De vuelta a los suburbios capitalinos, son sus actrices quienes potencian estos hilos de traición, deseo y locura. Para un recuadro la última escena con la potencia escénica de Castillo en el rol de la misma Marta Ortiz.

La obra, claramente, habla de amores surgidos de las pieles de mujeres, que enjuiciadas por sus propios deseos, actúan, ejercen su seducción y penan en el delirio. Destacada composición musical de Florencia Albarracín y diseño de vestuario de Alejandro Mateo.

Aunque a priori podría ser no muy digerible por sus casi cuatro horas de duración total, “No es amor es deseo” es una excelente y muy interesante propuesta, que pasa desapercibida ante el reloj, por una historia que se completa con su tercer episodio y que logra con brillantes actuaciones, su valor más atrayente.

Por Mariano Casas Di Nardo
Foto: Fernando Martino


jueves, 30 de agosto de 2018

"La luna en la taza"

Algunos libros son autosuficientes y más cuando en sus primeras líneas descubrimos que estamos presenciando una historia que sucedió en los años de la Dictadura argentina. Esto ocurre cuando iniciamos “La luna en la taza”, si no es que antes leímos el programa de mano que nos dan al entrar a la sala. Un escenario central, que tiene a los espectadores de cada lado y que según nos ubiquemos, podremos tener la espalda o el frente de los protagonistas.

Claramente ese living es de los fines de los 70. La textura, lo corrosivo de sus copas y sus botellas añejas, demuestran que ahí  hay tensión. Y aparece Alba, quien lookeada a la perfección, comienza su relato costumbrista. Con giros humorísticos, de esos que dan gracia por el nerviosismo de los diálogos, la obra va tomando forma.

Alba es la dueña de la casa, la mujer del intempestivo Blas, quien llega al hogar con pocas pulgas, muchos rencores y demasiadas inquietudes. Antes, la aparición de Lucy, una inquietante mujer que seduce a todos de forma ingenua pero con argumentos contundentes, incluso, a la jefa del hogar. Ella rompe un frío que en lo inmediato nos arrinconará contra la butaca. Cierra este cuarteto, Luis, el amigo superado, que en cada comentario pretende dejar en claro lo arriba que está de todos.

Con un elenco homogéneo en lo actoral, sin duda es Cristian Thorsen (Blas), quien logra los mejores momentos, tanto para la confusión como para el drama de esa gente, que busca soluciones donde sólo hay enojo. La ciclotimia de Alba, es un logro de Silvana Seewald, quien siempre llega hasta el segundo antes de explotar y vuelve a su quietud. Tal vez sea Ramiro Gatti (Luis) quien nunca termina de soltarse en lo corporal, con diálogos decisivos que quedan ahí. Y sin ser imprescindible en la historia narrada, Rosario García Coni, a pura imagen y pases de comedia, se vuelve fundamental para que la obra no angustie de principio a fin. Su cara cuando todo es un caos y ella intenta comer una gacetita con queso, vale toda la obra. Ella descomprime tanta tensión histórica.

Ambiguo trabajo de Alejandro Mateo para brillar en los vestuarios de Luis y Alba, dándole el tono exacto, sobre todo a la caracterización de este amigo creído. Mientras que en otro plano, casi de inentendible explicación, los dos looks de Lucy, entre bailarina de cumbia e “It girl” noventosa, que la propia actriz García Coni, hasta con incomodidad, intenta disimular con movimientos cerrados.

“La luna en la taza” es una lograda y muy buena obra, que muestra mucho menos de lo que dice. Que le deja al espectador todo el trabajo de cierre, mientras celebramos la rebeldía del director Daniel Dibiase por poner en cartel esta cruda pieza de Beatriz Mosquera.

Por Mariano Casas Di Nardo