A priori, la propuesta era interesante y desafiante. Cómo
llevar a un personaje terrorífico y siniestro como el Conde Drácula, a un
escenario para chicos y que no asuste en ningún momento. Por lo visto, de la
forma en que lo encaró su autor y director Julián Raúl Collados. Muchos
aciertos, sobre todo en la construcción de los personajes, del mismo Drácula y
de la historia en sí. La clave, la inclusión del mayordomo del castillo,
Vladimiro, quien en todo momento baja los decibeles de terror y salpica los
diálogos con humor. Él desde su verborragia y su asistente Tito desde la
gestualidad, llevan la obra por el lado que divierte a todos los niños.
En un primer momento, Juan, el protagonista llega a
Transilvania con el objetivo de comprar los terrenos, pero sin resultados
positivos, queda encerrado e incomunicado. Una foto de su prometida Mina,
enamora al Conde, quien decide venir a Argentina a conquistarla, con un plan
macabro, secuestrar a su amiga Lucy y convertirla en vampiresa. Nada del libro
original, pero todo para que los chicos se rían y se diviertan con los periplos
de estos atolondrados personajes.
Al histrionismo que le imprime Hernán Escobar a su personaje
de Vladimiro, hay que sumarles la simpleza de Juco Castelli a su Juan, Natalia
Vaistij a Mina y de Marcelo Chiarelli a Tito. Mención aparte para Micaela
López, quien en su rol de ama de llaves e incondicional de Mina, le saca la
risa a los más grandes. El resto se divide entre el correcto Matías Ramírez
como el párroco Pascual y la ocurrente Ángeles Folmer como Lucy, una mezcla de
la Popis del Chavo y de paquita de Xuxa. Y por último, Drácula, quien ridiculiza
todos sus actos, consiguiendo así la complicidad de los espectadores más
pequeños. Pero no es sólo logro del libro y del director, sino del mismo Ignacio
Aramburu, quien a pura gestualidad e impronta, logra la complicidad de la
platea.
Tal vez en lo único que no pensó su creador, fue en que los
niños, una vez disfrutada la obra, crean que todo lo relacionado con el Conde
sea para ellos. Pero esas serán cuestiones que tendrá que asumir cada padre por
su parte. “Drácula, el murciégalo”
es una obra amena, simpática y alegre, que se hace fuerte en el vínculo que
crea cada niño con el personaje en cuestión.
Por Mariano Casas Di Nardo
@MCasasDiNardo
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