Pocas veces
una obra de teatro genera sensaciones similares a la de una película de cine.
Es más, difícilmente un espectador pueda decir de corrido un listado de sus tres
o cuatro obras favoritas como sí lo puede hacer con sus films de cabecera.
Porque el teatro hace alarde de su “aquí y ahora” y como tal, se desvanece con esa
misma fuerza una vez finalizado, salvo que se trate de musicales, que ya es
otra historia. Pero “Cita a ciegas” rompe con todo. Porque se estructura como
los mejores thrillers dramáticos, con puntos de giros constantes que nos van
derrumbando de a poco. Y lo que creímos romántico en un principio, se torna
perverso.
“Cita a
ciegas” es la ejecución de que cuando se tiene una idea contundente, la suma de
las individualidades termina siendo superadora. A priori, uno lee su elenco,
entiende a su director, descubre a su autor y siente que verá una de las obras
más maravillosas de su vida. Y así sucede. Porque la historia craneada por
Mario Diament es dueña de una macabra e hipnótica poesía y porque su director, Luis
Agustoni, hace lo posible para que todo luzca por igual. Quien menos letra
tiene, más importancia en el relato y quien más presente se hace, se vuelve
indispensable.
Sentado
sobre el banco de una plaza, se encuentra un escritor ciego, quien tendrá
encuentros fortuitos con personas inesperadas y muy disímiles entre sí.
Diálogos que le dan cuerpo a un rompecabezas de fácil solución pero triste
fotografía. Y no importa si el protagonista es Borges, no hace a la cuestión;
porque el nudo de todo son los amores ignorados, la acumulación de las
fantasías y el pasado no resuelto que se hace presente en cada ilusión.
El mismo Luis
Agustoni, es quien en escena le pone el cuerpo al mentado escritor y le da la
luz necesaria al resto del elenco para brillar en todo momento. Pero describir
a cada uno de ellos, es arruinar la constante sorpresa que regala la obra en su
devenir. Aunque si tuviésemos que seleccionar en escenas para ver una y otra
vez, como se hace con los DVDs, el diálogo primero entre el escritor y “el
hombre” (Aldo Pastur), en el que se cuentan sus desventuras actuales y aventuras
pasadas, es un lujo. Otra perla visual es la insolencia con la que emerge “la
muchacha” (Inés Palombo), que reconociendo quién es nuestro héroe no vidente,
lo trata como a uno más de su acelerada vida. Y aunque roguemos para que esta
intempestiva rubia de aires irreverentes nunca salga de escena, la magia del
libro hace que ella siempre esté de forma tácita. Sin duda, dos de los momentos
más logrados, junto a la explosión de confesiones entre “el hombre” y su mujer (Adriana
Salonia). Y no mencionar a Noemí Frenkel no significa que su labor no sea de
excelencia, sino que resolvería la trama. Con solo una frase, el final hiela la
sala. Como esos films donde todos los recursos de edición juegan a favor del
asombro. Así de contundente, así de definitivo.
“Cita a
ciegas” es el equilibro perfecto entre talento, belleza, profesionalismo,
sentimiento, esperanza, nostalgia, espanto y diversión. Una obra que no pasa
desapercibida por la cabeza de nadie. De esas que se quedan para siempre.
Por Mariano
Casas Di Nardo
@MCasasDiNardo
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