“Paulatina Soledad” lleva en su nombre
un juego de palabras que el espectador cuando descubra, aceptará que el autor
ya se ganó la mitad de la partida. El resto es propiedad exclusiva de sus dos
protagonistas, quienes con una histriónica dulzura, nos llevan de las narices por
sus encuentros y desencuentros. Mientras una es la que en su normalidad, tiñe
todo de tristeza y desconsuelo; la otra, a su ocaso lo oculta con brillo y entusiasmo.
Ninguna de las dos es genuina, aunque preferiríamos creerles para no estar a la
espera del desastre que podrían desencadenar sus propias confesiones. Que
llegan, pero entre sonrisas, consejos, lágrimas y consuelos.
La obra
escrita y dirigida por Esteban Bruzzone no es una comedia con la que uno va a
reírse todo el tiempo, pero sí con la que puede asimilar diferentes puntos de
vista, como los de esa mujer que busca refugio en un lugar donde el resto queda
a la intemperie (interpretada por Lucila Goldberg); o como el duelo que canta a
los cuatro vientos la iluminada sonrisa de su compañera de banco (Nora Kriegshaber).
La belleza de una, es la desgracia de la otra y viceversa. Aunque algo es
seguro, todos quisiéramos tener el optimismo y ese carácter regenerativo que
irradia esta última, en cada ingenua frase de aliento.
Aunque esté
enmarcada en un cementerio y de sus diálogos se desprendan conceptos como
muerte, lamento, frío y desolación, “Paulatina
Soledad” trata del amor. Del amor en sus dos estados más indefinidos, el
del enamoramiento y el de su degradación. Una pincelada irónica sobre aquellas
relaciones sentimentales que desestabilizan a las mujeres cuando menos se lo
esperan.
Por Mariano
Casas Di Nardo
@MCasasDiNardo
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