Lo mejor de Juan Pablo Geretto es cómo posiciona a sus personajes
en escena. No hace la típica introducción sino que ya los planta en situación y
con el correr de los segundos, cuando la historia de cada uno va progresando,
ya nos estamos encariñando. Incluso, sin saber quiénes son ni qué
pretenden, pero la suavidad de los mismos, ya nos ganó la confianza. Como ese
amor a primera vista; pero en este caso, empatía entre su personaje y nosotros,
que aflojamos esa postura de “a ver qué hace”, para acompañarlo en su devenir.
Geretto brilla en el escenario del Paseo La Plaza, con su verborragia precisa,
locuaz y meditada.
Al primero que
reconocemos es al propio Juan Pablo Geretto, quien con pinceladas abstractas
nos retrotrae a su infancia, para contarnos algunos de sus misterios. Frases al
viento que explican su personalidad, su hoy, su por qué. Y cuando uno se
entusiasma, de puro chusma que es, irrumpe Ana María, la primera de sus tres mujeres,
en la que concentra el universo de la amante. Ella es la otra de un hombre que
por sus detalles, toda mujer caería rendida a sus pies. Lo interesante de ella
es su tranquilidad, sus tiempos, el culto que hace de su condición y de cómo
banaliza lo trascendental de la vida, como pueden ser las fiestas en familia,
el amor de pareja y el hogar. Su
victimización confunde y ese es uno de sus mayores aciertos. Con solo una
mascota en su mano, su perro Apolo, Geretto hace un monólogo de lujo.
Luego llega Nelly, una anciana que va a visitar a una amiga
enferma al hospital. Otro ícono de la mujer de todos los tiempos, que
despotrica contra su familia y con el lugar que el mundo le va dejando. Ácida
en todo su discurso y antipática por demás, reconoce hablar con el fantasma de
su ex marido, en cada uno de los truenos. Oscuramente divertida, aquí el actor
también se luce con un hilo que parece no cortarse nunca, ni en sus silencios, ni
en sus respiraciones, menos en sus balbuceos. Es no quererse reír ni un segundo
para no desatenderlo. Otro gran acierto.
Entre uno y otro, Geretto sigue dándonos a cuenta gotas su
verdad. La mirada que tuvo de niño, por momentos incomprendida, por momentos de
vanguardia. Y es al final, en su epílogo, donde llega su personaje menos
efectivo. La madre de “Chucky”. Una
rústica mujer de estridentes colores y lenguaje básico, acelerado, histérico y
decadente. Cumbiera en su tonada, con estética de bailarina de "Pasión de Sábado"
y el empaste de esas mujeres agobiadas por ser el eje de una familia poco
tradicional. El problema es que desentona. Eleva un nivel de emoción y a la
inversa de sus mujeres anteriores, donde lo interesante era su interior, ella
expone lo visual. Si todo venía en un nivelo superlativo, con esta madre que
busca a su hija en comisarías por llevar una mala vida; Geretto se pone a la
altura de cualquier humorista.
El resultado final de "Como quien oye llover" es altamente favorable para el propio
actor, porque lo que logra en la mayoría de sus relatos, es de una concepción
artística inigualable. Sin una tos de más, ni un paso de menos. Todo
matemáticamente preciso, para acompañar a esas mujeres en sus miserias, a él en
su analítica infancia y reír inteligentemente. No entra en su arte el chiste fácil,
y se agradece siempre.
Por Mariano Casas Di Nardo
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