Irrumpe
Melinda en su gótica belleza: “Al hombre para conquistarlo hay que llenarlo de
dudas, ninguna certeza”. Y cuánta razón tiene. Del otro lado del corazón,
emerge la figura del sabio Nenucho: “A la mujer para enamorarla hay que
acorralarla, no dejarla pensar”. Dos vertientes opuestas pero que intentan lo
mismo, acercar al ser deseado.
No es una
historia de amor la que cuenta “El mar de otras tierras”, pero sí toma mucho de
sus elementos para mostrarnos las vidas de dos bailarines de tango que van a
realizar su función, con sus pesares a cuesta. Tristezas e insatisfacciones que
dejan en sus camarines y que esconden cuando el 2x4 se apodera de sus cuerpos.
Todo en una ciudad vencida, caída por la desesperanza de todas las almas
solitarias que la habitan, que juntas, hacen una mueca de unión, tan efímera,
como la misma felicidad.
El bandoneón
en vivo de Nicolás Ponce potencia todo. Los diálogos con su banda sonora,
vuelan; las reflexiones de sus protagonistas con sus lamentos, son dagas en las
almas de los espectadores y los lentos movimientos de Melinda y Nenucho bajo su
melodía, son diapositivas apagadas de fotografías que podrían haber sido eternas.
Acierto de Germán Salvatierra, quien pone todos los recursos del mejor teatro, para
no dar ningún paso en falso. La luz de Inés Palombo y la locuacidad de Rafael
Walger, como titiritero, elevan aún más la puesta. Habría que aclarar, que estamos
en Palermo, en la sala Tadrón, pero bien podríamos estar en un corto de Tim
Burton.
Allí están
ellos dos, peleando con sus respectivas conciencias, sumergidos en una profunda
soledad que solo desaparece cuando el tango en su pista, los une. Solo la
melodía de arrabal los desempolva de sus reiteradas reflexiones existenciales.
La mujer que quiere la luna, el hombre que se desgasta por conseguírsela y un
viaje hacia ella, que termina en un soporífero malestar. Inconformismo por un
lado, desgaste por el otro, y caminos perpendiculares y cíclicos que solo se rozan
en ya sabemos dónde.
La obra se
luce desde sí misma, más el agregado de sus dos intempestivos protagonistas.
Brillan en la negra oscuridad que proponen. Por una lado, la soberbia Inés
Palombo transformando una pequeña historia en algo inmenso y por el otro, la
precisa intervención de su autor, director y protagonista en cada una de sus
áreas. Sumado a todo esto, un adecuado vestuario, mejor fotografía y una
escenografía ideal para generar todas las sensaciones que teoriza el texto.
Como esos
psicólogos que te esclarecen el mundo o te hunden en las peores de las
depresiones con sus conclusiones, eso hace Germán Salvatierra con “El mar de
otras tierras”. Un tajo al ser humano para que salga lo que estaba en
ebullición, ya sea felicidad o tristeza.
Por Mariano
Casas Di Nardo
@MCasasDiNardo
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