martes, 26 de agosto de 2014

“El mar de otras tierras”



Irrumpe Melinda en su gótica belleza: “Al hombre para conquistarlo hay que llenarlo de dudas, ninguna certeza”. Y cuánta razón tiene. Del otro lado del corazón, emerge la figura del sabio Nenucho: “A la mujer para enamorarla hay que acorralarla, no dejarla pensar”. Dos vertientes opuestas pero que intentan lo mismo, acercar al ser deseado.

No es una historia de amor la que cuenta “El mar de otras tierras”, pero sí toma mucho de sus elementos para mostrarnos las vidas de dos bailarines de tango que van a realizar su función, con sus pesares a cuesta. Tristezas e insatisfacciones que dejan en sus camarines y que esconden cuando el 2x4 se apodera de sus cuerpos. Todo en una ciudad vencida, caída por la desesperanza de todas las almas solitarias que la habitan, que juntas, hacen una mueca de unión, tan efímera, como la misma felicidad.

El bandoneón en vivo de Nicolás Ponce potencia todo. Los diálogos con su banda sonora, vuelan; las reflexiones de sus protagonistas con sus lamentos, son dagas en las almas de los espectadores y los lentos movimientos de Melinda y Nenucho bajo su melodía, son diapositivas apagadas de fotografías que podrían haber sido eternas. Acierto de Germán Salvatierra, quien pone todos los recursos del mejor teatro, para no dar ningún paso en falso. La luz de Inés Palombo y la locuacidad de Rafael Walger, como titiritero, elevan aún más la puesta. Habría que aclarar, que estamos en Palermo, en la sala Tadrón, pero bien podríamos estar en un corto de Tim Burton.

Allí están ellos dos, peleando con sus respectivas conciencias, sumergidos en una profunda soledad que solo desaparece cuando el tango en su pista, los une. Solo la melodía de arrabal los desempolva de sus reiteradas reflexiones existenciales. La mujer que quiere la luna, el hombre que se desgasta por conseguírsela y un viaje hacia ella, que termina en un soporífero malestar. Inconformismo por un lado, desgaste por el otro, y caminos perpendiculares y cíclicos que solo se rozan en ya sabemos dónde.

La obra se luce desde sí misma, más el agregado de sus dos intempestivos protagonistas. Brillan en la negra oscuridad que proponen. Por una lado, la soberbia Inés Palombo transformando una pequeña historia en algo inmenso y por el otro, la precisa intervención de su autor, director y protagonista en cada una de sus áreas. Sumado a todo esto, un adecuado vestuario, mejor fotografía y una escenografía ideal para generar todas las sensaciones que teoriza el texto.

Como esos psicólogos que te esclarecen el mundo o te hunden en las peores de las depresiones con sus conclusiones, eso hace Germán Salvatierra con “El mar de otras tierras”. Un tajo al ser humano para que salga lo que estaba en ebullición, ya sea felicidad o tristeza. 

Por Mariano Casas Di Nardo
@MCasasDiNardo

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