Diva es ese estilo de obras que cada uno ve lo que quiere
ver. Un libro superior del que cada uno
se prende de lo que más lo refleja. Podríamos hablar sobre el rencor que tiene
el ser amado y desilusionado, como también de los desencuentros de quienes ven
el amor de distintas formas; o simplemente de la perversión que siente un
corazón herido. Pero Diva es todo lo mencionado y más. Es la trastienda de un
varieté, es humor negro en su estado más primitivo, es pasión, es fuego y es un
cuasi monólogo de quien cuenta una vida llena de halagos y humillaciones. Poco
cielo y mucho infierno. Igualmente, la historia está concluida de antemano, sin
embargo, el recorrido hasta su final, es lo que nos atrapa desde el inicio.
Todo se centra en nuestra diva. Una estrella del teatro
venida a menos; conclusión a la que llegamos a través de la tristeza que vive
en sus anécdotas, de los fracasos que resultaron sus aires de gloria y en lo
equivocada que será su decisión. A su lado, se encuentra Ladislado, su ex
marido, quien maltrecho por un incidente del pasado, evidencia además, secuelas
de su degradé sentimental. Los años pasaron, el tiempo consumió sus ideales
pero aún así, siguen sin escucharse. Una conducta que pareció regir sus vidas y
por la que pueden perderlo todo, si es que aún hay algo entre ellos, más que rencor,
odio y amor.
Impactante actuación de Marcelo Iglesias en su papel de
Diva, quien destila asco en su irascibilidad, compasión en su humildad y temor
en su locura. A su vez, Isaac Eisen, es el contrapunto ideal para descansar en
sus pausas, tras el arrollador discurso que promueve nuestra protagonista en
todo momento. Ellos parecen nunca encontrarse, pero aún en la distancia
emocional que plantean, sus cuerpos cercanos son los que le dan vida a estos
diálogos unilaterales.
La acertada dirección y puesta en escena de Gerardo Begérez
y el vestuario de Martín Sal, hacen que la historia sea un todo irrevocable.
Sin embargo, cuando todas sus puntas son para la admiración, seguirá siendo el
libro de Patricia Suárez lo que perdure en nuestro consciente. Diva luce en
escena, pero cuando nos olvidemos de lo tangible, quedará la esencia de una
historia tan patética como universal.
Por Mariano Casas Di Nardo
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