Siempre es
para celebrar la osadía en este mundo chato y previsible. Y el entusiasmo de
todo el elenco de Jack y las semillas mágicas nos obliga a dejar de lado los
tecnicismos para adentrarnos en su mundo de la forma más inconsciente, sintiendo
las vibraciones sin preconceptos de cómo sería o si así debería ser. Sólo
relajarse con una mirada básica pero sincera, para sonreír ante cada guiño que enciende
a los niños. Que son los importantes. Nosotros, los grandes, solo un medio de
transporte para que ellos disfruten.
Parafraseando
la historia de Jack y las habichuelas mágicas, la obra cuenta la historia de
Jack, un adolescente que todas las mañanas le vendía naranjas a su bella y
joven clienta en la feria de su pueblo. Hasta aquí, una dulce y alegre canción
de amor, coreografiada de manera efervescente por Nehuen Marco Rojas (Jack) y
Candelí Redín (Daisy); mientras un cuerpo de baile de chicos acompaña a tempo
cada uno de sus momentos.
Pero como
en todas las historias universales, el problema se suscita cuando un gigante
llega al pueblo para llevarse a la bella Daisy a su mundo superior y
desproporcionado. Es allí donde el bueno de Jack se viste de héroe para
emprender un viaje lleno de aventuras que le devuelva a su platónico amor. Entre
tanto, toma protagonismo un gitano de dudosa honestidad (David Maximiliano
Basualdo); sin duda, el punto más alto, no sólo para aplacar tanta fantasía,
sino para capturar la atención de los niños que siempre festejan los gestos
malvados.
Ya en el
final, cuando todo se resolvió y sus personajes quedaron donde tenían que
quedar, lo único válido es la sonrisa que se dibuja en los rostros de todos los
chicos; y la alegría de los grandes que durante una hora nos divertimos y jugamos
a no saber qué sucedería en ese tan idílico e iluminado mundo planteado por su
director Federico Herrera. En síntesis, Jack y las semillas mágicas cumple su
objetivo de entretener y no hay nada que objetar.
Por Mariano
Casas Di Nardo.
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