Un pasado que regresa todo el tiempo en el cansancio de Salma, en el dolor de su cuerpo y en la lentitud de su andar, que aunque se haga la femme fatal, denota un deterioro mental abrumador. Registros visuales que lo explica la precisa pluma de su autora, que diálogo tras diálogo, nos va armando un rompecabezas patético de algo que no vimos pero igual sufrimos. Sufrimos al verla a Salma, también en la altanería barata de Susy, en lo grotesco de Pajarito y en la apatía de Frida.
Una casa desvencijada es el marco en el que se cuenta esta historia de mujeres que, al parecer, no tienen nada que ver una con otra. A priori, se supone una familia disfuncional, luego se navega por una laguna textual hasta llegar a la peor de las resoluciones. Ellas, de por sí, se raspan y se vinculan hasta la molestia solo por los lazos sanguíneos, para luego retroceder de forma objetiva al odio. Entre ellas hay mucho rencor. Es que en el fondo se odian.
Del cuadrilátero conformado por Salma (Ruby Gattari), Pajarito (Jesi Gonzalez Ajón), Frida (Luciana Lamoglia) y Susy (Inés Urdinez), es la primera, quien da el pie a todo para el lucimiento ajeno. Cuando ella calla o se ausenta, la obra pierde esa potencia arrolladora que la caracterizó desde el principio. Una brillante actuación –incluso en su participaciones pasivas–, que da forma al resto y enaltece el libro craneado por la joven Kallsten.
“¿Qué te hecho para que me trates así?” podría preguntar Frida; “de todo”, podría contestar Salma.
Por Mariano casas Di Nardo
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