lunes, 5 de octubre de 2009

Oruga –Bullying–.

Entre los muchos y variados aciertos y desaciertos de Alejo Beccar en su reciente obra Oruga, tal vez el capital sea diseminar el terreno de conflictos y problemas que no llevan a sus protagonistas más que a la decadencia. Está bien, podría defenderse argumentando ser el reflejo de la sociedad en la que estamos inmersos. Ok. Es cierto. ¿Y?

Andrea es una simpática, simple y agradable chica, maltratada por sus pares en el perímetro que establece su escuela secundaria. Un grupo de cinco mujercitas que ejercen el poder que otorga la impotencia y debilidad de su victima, a niveles de crueldad insoportable. Insoportable para la pobre protagonista e insoportable para el espectador, que en base a destacadas actuaciones, compra el libro y los diálogos y pretende ir a su rescate. Los primeros quince minmutos, las idas y vueltas de esas efervescentes niñas de disímiles bellezas, irritan. Los siguientes veinte, dan euforia de justicia; mientras que su final aplaca. Porque al parecer, en el mundo de su autor, no existen luces de esperanza más que la natural. Entonces si el presente se muestra nublado, hay que ver a oscuras.

Oruga va tomando cuerpo a medida que uno se encariña con su protagonista –Laura Rodriguez Cano– y odia al reparto. Y la trama, que va cambiando de planos gracias al detallado movimiento escénico de sus actores, relata uno a uno los pesares de "La Oruga”, ya sea por sus malditos compañeros, sus patéticos padres o sus insulsos docentes. Todos ellos, con sus participaciones, no hacen más que bastardear la dignidad de la niña en cuestión.

La obra nos planeta la cruel realidad que se vive en los colegios secundarios en la actualidad. Nos muestra las burlas, las humillaciones y el maltrato que sufren los chicos que no cumplen con las características de líderes. Y duele. Duele verlo. Molesta. Es por ello que hay que destacar el valor de Alejo Beccar de involucrarse con el mayor de los cuidados con un tema tan espinoso como conflictivo. Aunque se lo podría culpar de no tomar partido. Como dice su programa: “la obra no acusa”. Debería acusar y penar. Como para no irse con ese sabor amargo de haber visto sólo una buena obra de teatro. Porque la misma podría haber sido paradigmática.

Por Mariano Casas Di Nardo

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