martes, 8 de septiembre de 2009

Métodos para no llorar.

Todos quisiéramos tener un sótano como Boris y Atalia para escaparnos de la realidad que muchas veces nos arrincona, nos oprime las ideas y nos paraliza. Un lugar donde el tiempo pase a otra velocidad y donde imperen nuestros deseos y se materialicen nuestros sueños reprimidos. Porque el mundo, por lo general, no gira como pretendemos y el miedo y la inexperiencia nos juegan una mala pasada. Entonces un universo idílico paralelo sería lo conveniente. O al menos una estructura para no sufrir. Donde todo sea más cómodo, amigable. Pero no. La vida es hostil, el prójimo es burlón. Y un cuchillo filoso, como reza su dramaturga, no es del todo suficiente.

Afuera el apocalipsis y dentro, dos chicas jóvenes, bella una; la otra perdida en su ira y en su hambre. Un ambiente de dos por dos y una humedad que jaquea el buen vivir. Dos mujeres que sufren el exterior y se protegen mutuamente. Dos humanidades que a veces coinciden y otras no. Y cuando se rozan, más que una unión es un rasguño. Un raspón. Una molestia. Pero también se reinventan. Se mienten, se necesitan, se odian y se padecen.

Josefina Sabaté y Baudrón –así se llama su directora– dispone del poco espacio del escenario del teatro de manera tal que parece gigante. No porque le incluya espacios inexistentes, sino porque el afuera imaginario nos supone que donde convergen las dos protagonistas, es sólo un punto en la inmensidad gris. Y es gris, porque todo nos hace pensar que el abismo está afuera. Y es ese refugio el que las separa del ocaso.

El protagonismo pareciera ser de Atalia –Martina Schvartz– por ser la iniciadora de esta historia, pero es Boris –Bárbara Molinari– quien refuerza con sus histriónicas pinceladas, un guión que nunca se sabe para donde va. Y desde su primera intervención se gana el afiche. Ella maneja los tiempos y da vida al resto. A su partenaire y a los cambios de clima, que hacen de ecualizador de la trama.

Métodos para no llorar desconcierta en gran parte de sus sesenta minutos. Intención de su autora que se cumple hasta que una de ellas emite la frase que da título a la obra. Y allí cierra todo. Lo demás son eventualidades. Pueden suceder como no. Las cebollas, el encierro, la locura, el ayer, el hoy, el miedo, el deseo y sus respectivos contextos. Una idea que vale por sobre todo y le da vida y forma a una muy buena obra de teatro.

Por Mariano Casas Di Nardo

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