
En el marco de uno de los teatros alternativos más bonitos del circuito porteño como es Delborde Espacio Teatral –Chile 630–, un pretensioso elenco de diez actores –los cuales algunos brillan y se destacan en obras como Criminal y Los desórdenes de la carne (ambas de lo mejor de la cartelera off actual) –, se disponía a entrar en el mundo Discépolo para darle vida a Muñeca, una historia de amor de arrabal; con tintes de tango, cabaret y timba. De ellos, cinco duplicaban con recordados papeles la propuesta: Uki Cappellari, Antonio Bax, Marcelo Velázquez, Gabriel Nicola y Yazmin Schimdt. Todos apadrinados por la dirección de la virtuosa dupla Teresa Sarrail y Sandra Torlucci, que hacía presagiar ochenta minutos –como indica el programa–de impacto absoluto.
Hasta aquí, una correcta y entretenida versión de la historia que supo crear el talentoso y eterno Discépolo. Pero por lo planteado por sus directores, todo se encaminaba a un punto específico; a su clandestina aparición.
Y sucede todo lo contrario. Porque es cuando aparece ella, la misteriosa “Muñeca”, que todo queda trunco. La historia no sólo no se refuerza, sino que hace revisar todo lo aprehendido y entendido hasta ese momento. Y cuando se llega a ese porqué, ilógico; tampoco satisface. Y la obra por ende muere ahí. Ya no importa su epílogo y menos su desenlace. Da lo mismo cualquier final. Porque Muñeca no es femme fatal ni seductora ni encantadora ni diabólica. Tampoco carismática o compradora y menos brava.
Muñeca queda a mitad de camino. Con actuaciones tan disonantes como evidentes. Con una historia que germina con una fuerza abrumadora por el duelo inicial entre Eugenio Soto –Anselmo– y su mayordomo –Antonio Bax–, al que se le agrega la interesante actuación de Enrique –Armando Lazarte–; para ir paulatinamente perdiéndose en un pantano viscoso y marañoso. Por momentos están todos perdidos. Y ni siquiera Gabriel Nicola con su elaborado papel de Mora, hace que su entorno se encuentre. Sólo se salva Cecilia Zuvialde quien despliega todo su talento para darle a los protagonistas la estética correcta y el adecuado campo de interacción, que nos muestra al menos, de forma visual, los caracteres del ´30.
Muñeca es como esa flor que muere en el preciso momento en el que toma su mayor cuerpo y esplendor. Toda una vida para llegar al instante más bello y después marchitarse repentinamente. Un paralelismo que explica que la obra tiene muchas intenciones, pero que por cuestiones de la física misma, quedan en la nada.
Por Mariano Casas Di Nardo