lunes, 13 de marzo de 2017

“La herencia de Eszter”

El poder que da el amor del otro, tal vez sea la fuerza más ciega e incondicional que exista. La esperanza de volver a sentir eso que sucedió como una ráfaga, un hilo irrompible que no se vence con los años. Y esa nostalgia por lo que hubiese sucedido si…, la peor de las culpas. Y con ese coctel de sensaciones inconclusas y efervescentes, Sándor Marai escribió la vida de esta rendida mujer llamada Eszter en su libro “La herencia de Eszter”. Texto que María de las Mercedes Hernando adaptó a los escenarios, para que Oscar Barney Finn nos regale esta delicada pieza de un poco más de una hora del mejor teatro.

La herencia de Eszter (se pronuncia Éster) no son sus millones en el banco, tampoco inmuebles, rodados o joyas en una caja de seguridad. Su herencia es la más difícil de asumir y la más fácil de repartir: lo que no hizo en su momento. El tiempo que dejó pasar por no tomar decisiones a tiempo, imposibilitada por su personalidad débil e inmóvil. Una magistral actuación de Thelma Biral, quien le pone tristeza y vejez a todas sus reflexiones. Del otro lado, a veinte años de ausencia, Lajos, quien vuelve del pasado a recuperar lo suyo. Él es un vividor; un verborrágico, carismático y embustero Don Juan, que enmaraña a todos con sus razonamientos hipócritas e impunes. La mejor versión de Víctor Laplace, para con su maestría, hacer reír al público con sus incoherencias dramáticas. Y aunque su amor por ella parezca intacto, el tiempo y todo el resto le jugaron a su favor.

El elenco se completa con Susana Lanteri como la mucama de Eszter, Luis Campos (el Notario), María Viau (la hija de Lajos) y la luminosidad de Edgardo Moreira, quien en el papel de Laci, el hermano de Eszter y ex amigo de Lajos, brilla en todo momento. Todas sus participaciones son acertadas y cuando está en escena, la obra se completa en todos los aspectos. Sin embargo, el momento álgido, es el duelo de verdades y mentiras no piadosas entre Eszter y Lajos.

Ambientada en los años donde los discos de pasta musicalizaban el aire y los vestidos suntuosos eran cotidianos; la historia es un susurro de emociones constantes, con una suavidad narrativa admirable. Así, Oscar Barney Finn como director nos presenta la nostalgia y la desolación del paso del tiempo, de la forma más aceptable, sin que sea un dramón imposible de digerir. Su talento hace que aunque en el dolor, sonriamos.

Por Mariano Casas Di Nardo




No hay comentarios:

Publicar un comentario