Cuando lo que naufraga es el amor, ningún puerto parece ser
el correcto. Y todo intento por volver a anclar en la felicidad pasada, es en
vano, incluso peor, más concluyente. Así lo demuestra el interesante libro de
Andrea Marrazzi en su obra “La deriva”. Porque sus dos protagonistas, entre
básicos y evidentes, para enfrentar su grave crisis de pareja, deciden pasar un
fin de semana en una alejada isla del Tigre. Claro, no podía salir bien, porque
ellos no estaban bien. Cual efecto dominó, esta pieza teatral de suspenso con
giros cómicos, comienza a hipnotizarnos.
La definida escenografía de Gabriela Luna nos muestra de un
primer pantallazo, lo que veremos en el transcurso de la obra. Un acierto y una
tranquilidad para entender cómo se desarrollará la trama y por dónde irá. Y
allí están, Laura y Martín, descorazonados, en el medio de un temporal que los
obliga a cambiar sus planes y convertir su fin de semana de miel, en un
laberinto de intrigas, propios miedos y ganas de libertad.
Bajo los tiempos de una película de cine, “La deriva”
sostiene la tensión en todo momento, primero por su libro, segundo por las
buenas actuaciones de sus cuatro protagonistas y tercero por la dirección de la
misma Andrea Marrazzi, quien todo lo atomiza. Porque pocas veces el teatro nos
adentra por completo en la historia como sí lo hace el celuloide; pero en esta
ocasión, nosotros parecemos estar allí. En esa isla de Tigre, en ese hostel tenebroso
y a la expectativa de lo que nos hará la inquietante Manuela Fernández Vivian
en su soberbio papel de Andy, la isleña.
“La deriva” debe verse porque teatraliza lo que en cine
sería un blockbuster, porque el reconocido Mauricio Minetti nos intranquiliza
en todo momento, porque sentimos los mismos miedos y desconciertos de Martín
(Fernando Sayago) y Laura (Ariadna Asturzzi), y porque Andrea Marrazzi en su
ópera prima, logra lo que pocos directores hacen con años y años de profesión.
Por Mariano Casas Di Nardo
@MCasasDiNardo
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