El dúo Juan
Paya y Carlos Kaspar parece desmitificar con esta obra, varios aspectos que
parecían dogmas irrevocables para el teatro. Que sobre un escenario pequeño no
se puede contar una gran historia, que hacer reír es incluir en el libro un
compendio de sandeces y que lo bueno, breve, es dos veces bueno. Chicos Católicos, Apostólicos y Romanos se desarrolla sobre un escenario de dos por
dos con cuatro inmensos actores que lo reducen aún más; diálogos ácidos, irreverentes
y picantes que se multiplican en los gestos de sus protagonistas que hacen del
aire del Teatro Artaza, un eco de risa constante; y dura dos horas, algo inédito
para una obra de estas características. El manual del teatro ideal a la basura,
para hacer de esta pequeña obra, un espectáculo que parece no tener fin.
Todo es
básico y remanido pero la clave reside en cómo unirlo y contarlo. El título nos
explica de un tirón de qué va la obra, sus personajes son el abcde de cualquier
colegio: el gordo, el fachero, el tonto, el amanerado devenido en gay y encima
judío pobre y un portero de pocas luces, más un par de curas profesores por
demás obvios. Pero su interacción y energía escénica, es lo que los distingue
de cualquier otra opción de la Avenida Corrientes. Y ese parece ser el motivo
de su inédito éxito.
Otro
prejuicio abatido es el del protagonista marketinero que decepciona. En “Chicos
católicos…” Darío Barassi es el amo y señor de absolutamente todo. Y cuando el
guión pasa por su persona, todo se eleva. Las risas, el ánimo del público, sus
compañeros y la misma historia. Claro, está secundado por los histriónicos Juan
Gilera (el fachero), Nicolás Maiques (el judío amanerado gay pobre) y Juan Paya
(el poco iluminado) que devuelven potenciado cualquier guiño gracioso. Hasta
Emanuel Arias que no luce como sus compañeros, a su lado, brilla. Y cuando el
actual notero de AM se convierte en el Padre Francisco, se llega al nivel
máximo de comicidad. Más, uno sospecha, que sería perjudicial para la salud.
Entre los
muchos aciertos de su autor Juan Paya, encontramos la constante crítica a la
estructura eclesiástica. Dardos teledirigidos que se pierden por el alto nivel
de humor que envicia la puesta. El libro podría ser un verdadero drama de
contundente bajada de línea social pero el soberbio trabajo de sus
protagonistas, hace que el absurdo ocupe todo, sin dejarnos pensar en lo que
viven esos alumnos. Por su parte, Carlos Kaspar como director, logra con un par
de luces, un plotter de Jesus y cinco banquitos, recrearnos todo un convento,
más el cielo y el infierno. Tal vez, el que menos se luzca dentro de toda esta
historia sea Emanuel Arias, pero no por déficit propio, sino por el gran contraste
que hace ese poker de ases sobre el escenario.
Chicos Católicos, Apostólicos y Romanos es teatro de humor del mejor. Una obra que a
priori podría dar para cualquier antro perdido del circuito off, pero que bien
merecido tiene el título de "Sorpresa del año".
Por Mariano
Casas Di Nardo
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