La vida de
Dalma Maradona permite siempre una doble lectura, sobre todo su profesión de
actriz. Para el universo, menos para su familia claro está; fue, es y será la
hija de Diego Armando Maradona. Y si a semejante e irrefutable verdad, le
agregamos una obra de teatro que hable sobre eso, imposible –intentar siquiera–
disociarlo. Sin embargo, es importante resaltar que aunque sea la hija de Dios,
no tiene licencias para hacer cualquier cosa y salir airosa. Sabe que todas las
lupas estarán puestas sobre ella, aunque tiene gracia, impronta, estilo,
belleza, gestualidad y el guiño de hacer de lo obvio, algo destacado, para
soportarlo. Y así, Dalma brilla por demás.
Para los
fanáticos del ex jugador de la selección argentina (me incluyo), la obra podría durar ocho
horas y estar bien, incluso breve. Para sus detractores, la idea y el libro de
Érika Halvorsen resultan inapelables porque no caen en ningún lugar común y todo
lo que uno se hubiese imaginado, no está. Y para los amantes del teatro, la
obra lo tiene todo, monólogo, interacción, diálogos, audios, imágenes y video. Con
una actriz que digiere todos esos prototipos de miradas desde su firmeza
actoral. El que aplaude desde la pasión futbolera y con sólo mencionar el
nombre de Diego ya es feliz; el que ríe por la anécdota en sí y el que se
sorprende por estar viendo una entretenida obra de teatro, con giros inesperados.
Sin duda, el pulmón que le ofrece la participación de Mariano Bicain en su rol
de partenaire, es ideal para mantener el equilibrio. Porque Hija de Dios podría
amoldarse a cualquier hija de una persona extremadamente famosa, pero al ser
nuestro Diego, la mirada se vuelve más irracional, para bien y para mal.
En la hora
y minutos que dura la obra no hay confesiones. Tampoco es una catarsis en Cámara
Gesell, mucho menos una sesión de terapia pública. Pero sí hay información que
cualquier individuo terrenal que pase por la vida sin tanto fulgor, desconoce.
Anécdotas de aquellos que ven sus actos amplificados sólo por ser famosos y
videos familiares (inéditos para la masa) con los que cualquiera de nosotros aburría
a quien los viera. Así, Dalma enhebra humor, historia, cotidianidad, nostalgia,
broncas, reproches, disculpas y lo más interesante, la trastienda de lo que
todos vimos en televisión o leímos en los diarios.
Aunque no
haga a la cuestión, el resto también son delicadezas de su directora (la misma Halvorsen).
El despliegue de la protagonista sobre el escenario, la iluminación y el
vestuario, sin caer en pretensiones de más. Sabiendo que su obra es tan pequeña
como inmensa. Pequeña por el perímetro de su molde, inmensa por el tema a tratar.
Con la luz, los gestos y la dulzura que le imprime su protagonista y por ese
magnetismo y fuerza superadora que lleva consigo ese eterno y mitológico
apellido.
Hija de
Dios es de esas obras que hay que ver. Que nos hará llorar, pensar, soñar,
reflexionar, recordar y sobre todo entender. Que no es poco en una vida tan
ilógica como la de ellos dos.
Por Mariano
Casas Di Nardo.
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