Existen muchas clases de teatro. El comercial, el off,
el de híper culto y el que engloba todo. El distinto. El teatro que está
pensado desde el minuto cero, el que ramifica su arte por todos sus soportes y
pregona un criterio único, sustentado por la calidad de sus artistas. Un teatro
difícil y corrosivo al que no cualquier artista puede acceder por más nombre y
trayectoria que tenga en su currícula. Un teatro joven que requiere disciplina,
talento innato y variantes musicales, actorales y físicas. Y este concepto es
el que cuadra en toda su dimensión con lo presentado por el genial Diego Corán
Oria. Porque Alicia en Frikiland es ese
niño enardecido que tira todas las piezas del ajedrez y se planta con los codos
sobre el tablero, demostrando que él es lo único importante. Después de ver a
Pablo Sultani, Ángel Hernández, Mariel Percossi y compañía en el alocado mundo
de Lewis Carroll, habría que hacer un retiro cultural y volver con prudencial
tiempo a pisar un teatro. Las comparaciones pueden ser odiosas y después de
ellos, lapidarias.
En la antesala uno ya recibe indicios de que está por
vivir algo inédito. Especies de duendes escolares bailan de forma espástica al
ritmo de un dance house progresivo por los pasillos del teatro, mientras el
programa con el exponencial rostro de Alicia nos confirma que ahí se respira
arte. Después lo intrínseco a la propuesta. Un libro refundado por las alienadas
cabezas de Diego Corán Oria y Facundo Rubiño que no tiene sentido describirlo
porque todos lo conocemos, como tampoco las letras de la banda de sonido que hacen
a la cuestión del factor sorpresa. Por su parte, la puesta en escena parece
sacada de las mejores películas de Tim Burton, con un vestuario preciso para
potenciar a todos sus personajes. Todo minuciosamente craneado para que nos
creamos estar en el inframundo y para que sus protagonistas nos vuelen la
cabeza la hora que dura toda esta locura.
Sí vale la pena indagar en las actuaciones. Si bien
Alicia en Frikiland es un todo compacto y multisensorial, las actuaciones de
Pablo Sultani, Ángel Hernández, Mariel Percossi y Pía Uribelarrea hacen que
todo a su alrededor se ilumine. Y la mención especial de este cuarteto no es
porque el resto no se luzca, sino que ellos juntos son demasiado para una sola
obra. La escena en que el Gato (Ángel Hernández) direcciona los movimientos de
Alicia (Mariel Percossi) es de una sincronía inigualable. Y la Reina Roja en su epílogo se consume la atención de los espectadores. Por último,
Pablo Sultani, viejo zorro en esto de brillar junto a figuras de mayor cartel,
hace lo que quiere con su libreto, con sus gestos y con los del resto. Cual
titiritero, su aparición en escena, rige la materia y sentencia toda a su
voluntad. El aplauso final de público confirma tal afirmación. “Sultani más
diez” lo titularía el ex técnico de la selección nacional de futbol.
Dicen que es un infantil, aunque de infantil sólo
tiene el horario de las cinco de la tarde de vacaciones de invierno. Sí es apta
para todo público, porque es obligación ideológica ver esta soberbia obra de
teatro si se quiere tener un panorama más amplio y sólido de lo que significa
esto de mixturar teatro de texto con música y baile.
Alicia en Frikiland es un musical en su estado más
puro y absoluto. La perfección del género. Terminada la obra, uno tiene ganas de
ir a abrazarse con todos y agradecerles por tanto talento. Para disfrutar una y
mil veces.
Por Mariano Casas Di Nardo
No hay comentarios:
Publicar un comentario