A simple
vista no pasa nada pero sucede de todo en la casa de estos dos hermanos, tan
apagados como esperanzados. Teresa es una flor que resiste todo tipo de
tempestades en un paisaje desolado, mientras Tito muestra su inutilidad en cada
uno de sus forzados y febriles pasos. Se quieren, su sangre así lo dictamina y
los obliga; pero se molestan. Es que en esa casa se respira de todo: abandono,
pobreza, tristeza y angustia; aunque hagan diferentes pantomimas para
disimularlo. Seguramente cada uno viviría mejor sin el otro. Teresa en un
palacio imaginario donde su príncipe azul festeje sus monigotadas y Tito en la
cárcel o en alguna gris y perdida pensión donde coseche a diario su mugrosa siembra.
Él está destinado al fracaso y ella, al parecer, merece la gloria; entonces
todo se equilibra y se compensa en una chatura soporífera, donde nada toma
relevancia.
De la nada
misma, surge la figura de César, un colega de Tito con muy pocas luces pero con
la bondad que ofrece la juventud y la inexperiencia. Él tiene la posibilidad de
tomar las riendas del asunto, pero fiel a la trama que propone la genial
Griselda Gambaro, se pierde en la nebulosa de sus limitaciones. Primero como
novio de la bella y chispita Teresa y luego como secuaz del vencido Tito. Su
firmeza y efervescencia dura lo que un suspiro y así, se pierde entre tirones y
caricias.
El acierto
de Victoria Ottaviano reside en contar una historia de frustrados sin perder la
tensión y la ilusión. Y lo logra. A través de sus casi noventa minutos, ella nos
presenta las situaciones de una forma latente. En cualquier momento puede
estallar todo, cualquier diálogo puede prender fuego la escena, todo gesto
puede estar seguido de la catástrofe. Un murmullo que se impone en cada
aparición de Zamora, el dueño de la cuestión, amo y señor, que por cuestiones
del destino, parece estar condenado a las mismas conclusiones. La
intrascendencia.
Sucede lo
que pasa es un título absoluto. Qué puede objetársele a Gambaro, nada. Mucha
precisión y descripción fotográfica en un libro que parece haber sido entendido
a la perfección por su directora Victoria Ottaviano. Ni más ni menos. Eso que
estamos viendo y punto. No busquemos nada debajo de la alfombra porque no lo hay,
ni nos enloquezcamos descifrando lo que dicen sus personajes entrelíneas porque
no hay líneas. Pero no por ello nos confundamos con una trama básica. Existe un
mundo en todos ellos fácil de captar, que es lo que hace más atractiva la
puesta.
Destacadas
actuaciones de Micaela Trotta en su papel de Teresa y de Lionel Arostegui como Tito,
quienes direccionan de la forma más creíble, los caminos que recorrerán los
personajes de Zamora (Pedro Ángel Di Salvia), César (Bruno Tignanelli) y Quique,
el doctor (Carlos Manuel Eisler).
Como en la
vida terrenal que sucede de todo y no pasa nada, sucede lo que pasa y nada más.
Por Mariano
Casas Di Nardo.
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