La obra de Pablo
Lago es una historia con la clara intención de que se rompa en su comienzo para
involucrarnos directamente con lo que sucede. Y cada espectador así, se irá
conectándose en mayor o menor medida con el protagonista que más vaya con su
persona. Claro, algunos generan empatía directamente y otros sólo por los
rasgos de sus personajes. Sus formaciones los evidencia de manera inmediata y
rápidamente Romi Pinto e Inés Palombo sobresalen. Sus dichos les dan relieve pero
lo que ocultan es lo que más nos llama la atención. Algo es evidente, esta
familia está tan rota, que ni los lazos sanguíneos, esos que unen por debajo de
la piel, los acerca. Ese living es un escape de gas y dos de los presentes
tienen el fuego para que todo vuele por el aire.
Amparo es,
al parecer, una madre que cita a sus hijos para confesarles algo. No están
juntos desde la muerte de su padre y una cena casera sería una buena
posibilidad de sanar las heridas. Pero nada sale como esperaba y la
incomodidad, la omisión y la falsedad, intoxican la escena.
Aunque tarde
en entrar en sintonía con el caos, Amancay Espíndola en su rol de Amparo, convence
y se termina convirtiendo en el pilar de la historia; mérito de una concisa
Inés Palombo que desde la suavidad de su Laura, trata de que todo esté bien,
tanto en la historia en sí, como en la actuaciones de sus colegas. Ella y Romi
Pinto son el embudo para que todo termine siendo armonioso, aunque lo que
cuenten sea un cúmulo de estridencias.
Como en toda
familia, las mujeres activan los lazos y los hombres invitan al malestar. Y en
esta descripción, Jorge (Juan Cruz Wenk), el marido de Laura, irrita en todo
momento. En sus participaciones y en lo poco expresivo de sus intervenciones.
Teniendo en su poder el rol más urticante y clave, termina siendo un eslabón
más de una familia arañada por los desencuentros e infortunios del pasado. En
la periferia a todo, ya en lugares secundarios, aparecen León, el hijo con
capacidades diferentes de Clarisa (Romi Pinto), una contundente y admirable
actuación de Mathías Sandor; y Beto (Federico Marrale), un apagado hermano, que
no cuenta con la fuerza necesaria para torcer una pendiente que conduce al ocaso.
Con todos
los elementos a la vista, la dirección de Cristian Majolo hace que la tensión
esté siempre presente. Fuertes confesiones, contestaciones desubicadas,
propuestas estériles de paz y las ganas de irse de todos, le dan fuerza a un
libro que abarca más de lo necesario en cuanto a dramas familiares. Los
planteados ya son demasiados. La escena donde todos juntos entonan y bailan la
canción “La cigarrera”, es belleza en sintonía. La paz familiar en su mayor
expresión. Esa que no tiene ninguno de sus integrantes por separado.
“Cansados de
ser” es la luminosidad actoral de Inés Palombo, es esa canción a oscuras que
magnetiza y es esa verborragia final entre madre e hija (Romi Pinto). Una obra
que golpea por su realismo, que nos acerca al dolor y que nos muestra lo más
intransigente del ser humano. Todos somos un poco ellos.
Por Mariano
Casas Di Nardo
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