Cualquier persona que tenga más de treinta y largos años,
podría escribir sobre el amor y sus secuelas y hacer divertir, llorar, emocionar,
angustiar o aburrir. Con lugares comunes que hacen a todos aquellos que alguna
vez se convirtieron en Romeos enamorados, Penélopes perseguidas por Pepes le Pews o conquistadores de almas no correspondidas. La
clave de esta precisa obra es que sus autores son Mariela Asensio y Reynaldo
Sietecase. Dos personalidades que tienen un aval social para que nos
detengamos, en esta vorágine donde todo el mundo habla y dice cualquier cosa en
las redes sociales, a escucharlos.
Con una dramaturgia seductora, emerge el código teatral de
Mariela Asensio para ya quedarnos tranquilos de que lo que sucederá en esa hora
y minutos de ficción, nos gustará. Resaltar a su directora, significa recordar
al primer José María Muscari, amplificar lo más kitsch del under porteño, aplaudir
un teatro explícito que esconde lo psicológico de sus personajes para
mostrarnos lo más primitivo y analizar historias que desde lo grotesco, perforan
con ironías de realidad. Así es Asensio. Sin medias tintas ni golpes
traicioneros. Porque ya con el planteo de su escena, da la primera piña. ¿Qué
le sigue? La explicación de por qué esa violencia. Y lo que al principio choca,
con el correr de los minutos se revalida.
Con su título, sus autores explican toda la retrospectiva
que hace una desquiciada mujer en un punto bisagra de su aún joven vida. Eso
veremos en la obra. Ella y los fantasmas de sus ex. No hay nada que agregarle.
Solo admirar el impecable trabajo de Ariel Pérez de María, quien nos obliga a
verla dos veces. Una para seguirlo a él, y la otra para ver de qué va el resto.
Obvio que no es Ricardo Darín ni Rodrigo de la Serna, pero hipnotiza, haciendo un
blur sobre un resto que, uno sospecha, también se destaca.
No nos pongamos en literarios ni en filosóficos. Malditos
(todos mis ex) es ideal para todos los que sufrimos, reímos, cantamos, lloramos
y soñamos por amor. Y para aquellos que quieran ser amigo por un rato de Ariel
Pérez De María, aunque él nunca se entere.
Por Mariano Casas Di Nardo
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