Sólo una artista que haya nadado en todos los mares del
teatro, puede realizar una obra como Delicioso paraíso. Sólo una actriz que
haya interpretado los más inverosímiles personajes del off, puede exponer ese
sexteto entre patético e impresentable de forma tan fidedigna. Y sólo una autora
que haya recorrido todos los géneros y lenguajes, puede delinear una propuesta
que siempre aumenta el desafío. Manejándose en todo momento, en las más altas
esferas del absurdo, de lo ordinario, de lo humorístico y de lo crudo. Sólo una
vieja loba de mar como Alejandra Rubio puede mentirnos de la forma más vil, con
un luminoso título, para mutilarnos poco a poco, todos nuestros sueños de
belleza. Y no para un segundo. Desde su inicio hasta cuando uno tímidamente se
va del teatro reproduciendo en su cabeza lo vivido, su autora y directora vuelve
a arremeter. Nos mata de a poquito, con su mejor veneno, del cual encima, quedamos
sedientos.
La historia cuenta la vida de cuatro hermanas que acaban de
perder a su padre y se debaten entre hacer o no su funeral porque en el pueblo
donde viven ya no quedan ataúdes. Todo se maneja en el principio de la
decadencia y ellas, en especial las tres que viven oprimidas en la pobreza
cultural y social de su pueblo, son el paradigma del bajo vuelo. La hermana
exitosa, la que sí pudo trascender las fronteras de esa chatura, aunque parezca
más brillosa, en su interior mantiene condensada la deformidad genética. Un ADN
heredado de un padre de ninguna ética, que en el ocaso de su vida, penó por la
casa como un anónimo voraz. Pero como su autora no concibe la idea de apretar
sin asfixiar, nos regala a una alienada tía Dina, una mezcla de madama de prostíbulo
barato con rehén de la Afganistán más hostil. Un panorama gris, opaco y
oxidado, que nos obliga con destellos de insensatez, a reírnos para no llorar.
Con las acertadas actuaciones de Paula Lemme como Marta (la
hermana autoritaria) y de Victoria Carambat, en el papel de Mirna (una segunda
cabeza de pocas ideas y mucha voluntad), el elenco parece balanceado para que
brille por sobre todo, la idea máxima de mostrar el contraluz de este idílico
paraíso delicioso. Alejandro Álvarez como padre rompe con cualquier armonía
visual, al igual que Meme Mateo en su papel de Ana. Ellos, sin hablar, dicen lo
que tienen que decir. Y en las antípodas, como sustraída de un mal reparto de Almodóvar,
llega Goly Turilli, quien hace de Magdalena, la foránea de la familia. Un
contrapeso exacto, para que no sea todo un acabose difícil de digerir.
Delicioso paraíso es una obra que se construirá en nuestra
cabeza como inmensa pero con el tiempo. Diálogos que no rumbean hacia ningún
lado, fotografías de áspera asimilación, detalles que hacen un mundo y
situaciones que de prosperar podrían romper nuestros ojos. Pero siempre
manejando la superación escénica. Porque debajo de la calma momentánea que
plantea Rubio, germina el caos. Y nos lo va a hacer notar.
Por Mariano Casas Di Nardo
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