Si existe
una obra corrosiva en nuestro teatro independiente, esa es Narco Naif. Nada
está librado al azar y todo dispara semillas que terminan de germinar y
ramificarse en las cabezas de sus espectadores. Para bien o para mal, para la
angustia o para querer meterse en la obra y abrazar a su heroína y mostrarle la
verdad del mundo que mira de forma equivocada. Es que el libro de Candelaria
Frías no podría pasar nunca desapercibido, empezando por la bajada del título
que sentencia “Elogio de un fracaso”. Después sí, algunas ironías literarias
que envenenan la puesta, todo sobre la estética que impone Ana Livingston con
su presencia e histrionismo.
Narco naif
cuenta la historia de Feliza Rubio, una actriz en decadencia ahogada en sus
pesares de no éxito y menos fama. Una depresión que encuentra su origen en la
dicotomía planteada por su padre, un reidor de televisión que desapareció cuando
ella nació; y su madre, que por abandono vistió todo de tristeza. Un juego de
palabras y de situaciones que culmina con los nombres elegidos por ambos, su
padre en la algarabía de una nueva vida, queriéndola llamar Feliza Rubio; y su
madre por venganza y despecho, bautizándola “Lágrima negra”. Un antagonismo que
termina de explotar en el alma de esta bella y pobre actriz, que no tiene obra
ni director, sólo un reducido público que ríe sus desgracias y agita su cinismo,
mientras unos equivocados aires de trascendencia carcomen su autoestima.
Pero si
algo le faltaba a “Lágrima negra”, es esa especie de arlequín presentador que
le remueve el caos y la empuja al ocaso (Candelaria Frías). Claro, ella, viendo
el contexto, no necesita de mucho para acercarse al abismo. Sin embargo, esa
mujer bufón, que es otra muestra de los opuestos que perversamente declara su
autora, es quien potencia la tristeza y el no reconocimiento sufrido por su
protagonista. Una destacada actuación de Ana Livingston, quien en cada una de
sus oxidadas miradas, demuestra la hemorragia interna que está padeciendo su
personaje.
Narco Naif
son esos instantes antes del fin. Esos intentos fallidos por revivir una
vocación que entró en un espiral perecedero. Un espasmo luminoso previo a la
tierra húmeda. Con actuaciones que completan la idea primera y direcciones (de
Candelaria Frías y Soledad San Emeterio) que consuman el texto.
El último y
más glorioso fracaso de una actriz que pudo ser Feliza Rubio y brillar, pero
que por caprichos del destino termina siendo “Lágrima negra”. Sin una obra, sin
un director, sin un escenario y sin una cartelera con su nombre en ningún
diario. Solo un público delante, a esas alturas, ya en silencio.
Por Mariano
Casas Di Nardo
Excelente obra! Felicitaciones!
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