Sin escenarios suntuosos ni rimbombantes juegos escénicos, la obra transcurre bajo una perfecta sincronía entre sus protagonistas, el elenco de bailarines y la orquesta, la cual toca en vivo. Tres piezas que sinérgicamente cuentan la historia de Elena, interpretado por Georgina Frere, quien a base de cuentos enamora el frío corazón de Solimán –Juan Rodó–. Por su parte, Feyza –Claudia Lapacó–, cual malvada Disney, hace su trabajo para que ese destino les sea complicado.
Dividido en dos actos con un intervalo, necesario por cierto, de diez minutos; la obra parece ser una burbuja en plena calle Corrientes. Y no por sus precios elevados, sino por tener más de 30 bailarines en escena, en las perfectas de las sincronías. Inédito para el arte nacional, aunque repetido dentro del mundo Pepito. De hecho, no es su obra más lograda ni recordada, y sin embargo le sobra para destacarse sobre un resto austero, que mira más hacia la boletería que hacia su propio arte.
Destacada participación de la carismática Claudia Lapacó, mientras que el siempre rendidor Juan Rodó, juega y hace jugar desde su grave registro vocal. Por su parte, Georgina Frere, un escalón por debajo de los mencionados, no desentona, aunque tampoco acapara la atención completa en sus participaciones como solista. Del reparto, sobresalen Laura Pirruccio como Leila y Diego Duarte Conde en la piel de Mustafá.
Las mil y una noches conforma. Con la espectacularidad que siempre ofrece el histriónico Cibrian, la fidelidad de la orquesta de Mahler y la impronta vocal que sólo Rodó puede mostrar. El plus, la belleza sonora de Claudia Lapacó, un ángel que sobrevuela la escena e ilumina, aún, cuando el relato se hunde en su dramatismo.
Por Mariano Casas Di Nardo.
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