Algo es definitivo, si la vida se viviese cantando o bajo la
estética de los musicales, todo sería mucho más pasional y absoluto. El dolor
un abismo infinito y la alegría, un mar donde chapotearíamos como niños. Porque
esos personajes sobre el escenario del Tabarís, viven del modo que todos quisiéramos.
O qué mejor que declararle el amor a nuestra pareja de forma cantada y bailada,
o llorar la desgracia con nuestra propia banda de sonido y ejecutada por
nosotros mismos. Claro que, sin el talento ni el histrionismo de sus seis
protagonistas, pero seguro, con similar magia.
Hay que entender algo, disfrutaremos de una maravillosa obra
de teatro, pero sufriremos un estremecedor libro, el cual nos llevará por
diferentes sensaciones. A cada uno de los personajes los amaremos y odiaremos
con la misma intensidad, con diferencia de segundos. Y sentiremos que a veces
la angustia, perversamente se goza. Nada de lo que veremos puede gustarnos,
pero aun así, algo nos encantará.
La historia es importante, claro; pero la clave está en sus
intérpretes. Y que Mariano Chiesa comparta escenas con Laura Conforte ya
justifica todo. Con ellos como protagonistas, lo que pueda decirse o
escribirse, es una verdad de Perogrullo. La escena del médico rockstar, es un
fotograma indeleble en la cabeza de cualquier espectador. Superador a sus
propias personas, como el gol de Maradona a los ingleses, la piña de Monzón a Nino
Benvenuti, el papel de Sean Penn en Mi nombre es Sam o el de Tom Hanks en Forrest
Gump. Hay que sumarle a ellos dos, las precisas actuaciones de Fernando Dente y
Manuela del Campo –de increíbles voces–, quienes le ponen un poco de color y
alegría a tanto desconsuelo.
Párrafo aparte para Martín Ruiz, el padre, quien le imprime hipocresía
a todo, aunque su locura se devela en la desbordada “Está todo bien”, cuando
vomita su nublada realidad. Y por último, Gabriel, el hijo en cuestión;
personificado por un impecable Matías Mayer, a quien detestamos y compadecemos
casi al unísono.
Sobre un escenario milimétricamente diseñado para esta
puesta, los diferentes niveles de esta familia marca el termómetro de sus
corazones. Los duelos entre el cielo y el infierno, son devastadores, sobre
todo cuando de un lado se encuentra la madre (Laura Conforte es Diana) y del
otro su hijo.
Con escenas memorables, una trama que nos hunde en el dolor
y actuaciones casi perfectas (la de Chiesa lo es), la obra progresa, mientras nosotros
nos consumimos. Resumiendo, Casi Normales es teatro de lujo para los amantes de
los musicales, y la obra ideal para aquellos que quieran ver cómo es eso de
cantar una historia.
Por Mariano Casas Di Nardo
@MCasasDiNardo
@MCasasDiNardo
No hay comentarios:
Publicar un comentario