Demasiada belleza para tanta decadencia podría afirmarse en los primeros minutos de 4:48 Psicosis, al ver a sus protagonistas. Por un lado la vida en estado agónico y por el otro, la muerte. Una mujer abrumada por sus sombras, agobiada por sus silencios y aturdida por su frágil confianza. Las secuencias últimas al abismo. La carta de despedida a través de un monólogo sombrío. El final decidido, la perversa tranquilidad por haber perdido la batalla. La no sonrisa, la infelicidad absoluta.
Su autora, la británica Sarah Kane, con tan sólo cinco obras, se ha convertido en toda una dramaturga de culto, no sólo por la profundidad de sus libros, sino por la esquizofrenia y por la brevedad de su vida, ya que a sus veintinueve años, decidió ponerle fin a todo. Y 4:48 Psicosis es su obra póstuma. Un título que alude a la hora en que se cometen más suicidios según estadísticas del Reino Unido, ya que acaba el efecto de los fármacos psiquiátricos tomados la noche anterior.
Rafael Garzaniti, su director, en esta versión lograda del ya clásico de Sarah Kane, propone las dos miradas del trágico final. La muerte consumada y la vida dirigiéndose hacia el ocaso. No es una pelea porque todo está pactado, pero sí sus diálogos nos van enseñando el camino. Giselle Glinka en su papel de la protagonista (Sarah) es quien plantea el conflicto, para que su otro yo (mezcla de súper yo y ello analizaría Freud), Valeria Barone, siembre la deformidad. La primera es la suavidad y la angustia de la indecisión, mientras la segunda es la fuerza arrolladora de la decisión tomada. Pero no hay nada que negociar ni dudar. Todo está escrito y esta última es quien tiene la tinta para la rúbrica que selle el acuerdo entre partes. Porque los diálogos y las interacciones primeras, son meras formalidades de lo inevitable.
La Sarah de carne y huesos, vestida de un sensual negro es todo el tiempo tentada por la Sarah tácita, que rige su apariencia por un estricto blanco. Una mujer apenada por las dudas de su existencia pero seducida por el ángel negro de la muerte. Roces, tironeos, caricias y las antípodas de los universos a centímetros uno del otro. Una voluntad que va cediendo y el final que va abrazando todo con sus miles de tentáculos.
Risas, llantos y efímeros segundos de una felicidad estéril, decantan previos a la huida. El ángel negro se llevó otra vez un alma joven. El efecto del psicofármaco cedió su fuerza y cuando el reloj marcó las 4:48, ella tomó su mano y se la llevó. Fin. Lo peor es que sabemos, no habrá revancha ni segundas partes.
Por Mariano Casas Di Nardo
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