lunes, 14 de octubre de 2013

Malditos (todos mis ex)



Cualquier persona que tenga más de treinta y largos años, podría escribir sobre el amor y sus secuelas y hacer divertir, llorar, emocionar, angustiar o aburrir. Con lugares comunes que hacen a todos aquellos que alguna vez se convirtieron en Romeos enamorados, Penélopes perseguidas por Pepes le Pews o conquistadores de almas no correspondidas. La clave de esta precisa obra es que sus autores son Mariela Asensio y Reynaldo Sietecase. Dos personalidades que tienen un aval social para que nos detengamos, en esta vorágine donde todo el mundo habla y dice cualquier cosa en las redes sociales, a escucharlos.

Con una dramaturgia seductora, emerge el código teatral de Mariela Asensio para ya quedarnos tranquilos de que lo que sucederá en esa hora y minutos de ficción, nos gustará. Resaltar a su directora, significa recordar al primer José María Muscari, amplificar lo más kitsch del under porteño, aplaudir un teatro explícito que esconde lo psicológico de sus personajes para mostrarnos lo más primitivo y analizar historias que desde lo grotesco, perforan con ironías de realidad. Así es Asensio. Sin medias tintas ni golpes traicioneros. Porque ya con el planteo de su escena, da la primera piña. ¿Qué le sigue? La explicación de por qué esa violencia. Y lo que al principio choca, con el correr de los minutos se revalida.

Con su título, sus autores explican toda la retrospectiva que hace una desquiciada mujer en un punto bisagra de su aún joven vida. Eso veremos en la obra. Ella y los fantasmas de sus ex. No hay nada que agregarle. Solo admirar el impecable trabajo de Ariel Pérez de María, quien nos obliga a verla dos veces. Una para seguirlo a él, y la otra para ver de qué va el resto. Obvio que no es Ricardo Darín ni Rodrigo de la Serna, pero hipnotiza, haciendo un blur sobre un resto que, uno sospecha, también se destaca.

No nos pongamos en literarios ni en filosóficos. Malditos (todos mis ex) es ideal para todos los que sufrimos, reímos, cantamos, lloramos y soñamos por amor. Y para aquellos que quieran ser amigo por un rato de Ariel Pérez De María, aunque él nunca se entere.

Por Mariano Casas Di Nardo

jueves, 10 de octubre de 2013

Vago



Con su nueva obra, Yoska Lázaro derriba muchos mitos del teatro independiente, por no decir todos. Un irrespetuoso este español, que nos demuestra en cada una de sus obras, que cuando se tiene talento, se puede llegar a los lugares más inesperados. Desconocido en sus comienzos para la escena off, en tan solo cuatro años se convirtió en uno de sus pilares, nada menos que con tres pequeñas e inolvidables bombas: Los errores de Noé, Llueve en Barcelona y su reciente y más apocalíptica Vago.

La escena nos transporta a una casa del corrosivo Conurbano bonaerense. En ella, sus protagonistas no conviven, se raspan. Se agobian tanto como se necesitan. Se molestan, se interpelan, se pierden, todo con una tensión que ante la mínima chispa, vuela todo por el aire. A simple vista se cuidan, pero en el fondo se detestan.

Camacho es el capanga de esa casilla. Un pendenciero, machista y nada cariñoso, que hace de su poquito poder barrial, un fuerte donde acobijar a los más débiles. No es un aguantadero, porque en él, vive La Negra, una mujer de principios difusivos pero inmenso corazón, que le da un marco de pseudo hogar a todo. Clima que deforman, una y otra vez, Mili con su sensual reviente y El Nene con su enfermedad. Completa esta decadente secuencia, Tute, el único que ofrece una caricia entre tanto manoseo.

La obra termina bien. O mal. Depende nuestra predisposición como espectador. Lo seguro es que nada de lo que ocurra entre esas cuatro paredes nos será indiferente. Porque el dolor de los personajes será nuestra angustia y sus muecas, nuestras sonrisas. Muecas y no otros gestos más expresivos, porque si algo no hay entre ellos, es felicidad. Intenciones positivas que quedan a medio camino, porque así proyecta la cabeza de su director, quien parecería decirnos: “vengan a disfrutar de un viaje que los transportará por las peores miserias de los que a diario, solo intentan subsistir. Van a estar seguros… pero muy incómodos”.

Vago conmueve. Claro que no por su relato. Menos por la suerte de sus personajes. Tampoco por esos giros efímeros de comedia. Sino por su todo. Por las soberbias actuaciones de sus protagonistas, por su música, puesta en escena, vestuario y libro. Con un afilado Yoska Lázaro, como genio y figura. Sello indeleble de este ibérico que se posiciona así, como uno de los mejores directores de nuestro país.

Por Mariano Casas Di Nardo