jueves, 4 de febrero de 2010

Las mil y una noches.

Como de costumbre, la dupla Cibrian/Mahler vuelve a sorprender con una puesta en escena que nada tiene que envidiarle a cualquier producción internacional. Porque ellos son internacionales. Podrían destacarse tanto en Broadway como en París o Londres. Esta vez de la mano de la impecable Claudia Lapacó y de su actor fetiche, Juan Rodó, para recrear por cuarta vez uno de sus clásicos, Las mil y una noches.

Sin escenarios suntuosos ni rimbombantes juegos escénicos, la obra transcurre bajo una perfecta sincronía entre sus protagonistas, el elenco de bailarines y la orquesta, la cual toca en vivo. Tres piezas que sinérgicamente cuentan la historia de Elena, interpretado por Georgina Frere, quien a base de cuentos enamora el frío corazón de Solimán –Juan Rodó–. Por su parte, Feyza –Claudia Lapacó–, cual malvada Disney, hace su trabajo para que ese destino les sea complicado.

Dividido en dos actos con un intervalo, necesario por cierto, de diez minutos; la obra parece ser una burbuja en plena calle Corrientes. Y no por sus precios elevados, sino por tener más de 30 bailarines en escena, en las perfectas de las sincronías. Inédito para el arte nacional, aunque repetido dentro del mundo Pepito. De hecho, no es su obra más lograda ni recordada, y sin embargo le sobra para destacarse sobre un resto austero, que mira más hacia la boletería que hacia su propio arte.

Destacada participación de la carismática Claudia Lapacó, mientras que el siempre rendidor Juan Rodó, juega y hace jugar desde su grave registro vocal. Por su parte, Georgina Frere, un escalón por debajo de los mencionados, no desentona, aunque tampoco acapara la atención completa en sus participaciones como solista. Del reparto, sobresalen Laura Pirruccio como Leila y Diego Duarte Conde en la piel de Mustafá.

Las mil y una noches conforma. Con la espectacularidad que siempre ofrece el histriónico Cibrian, la fidelidad de la orquesta de Mahler y la impronta vocal que sólo Rodó puede mostrar. El plus, la belleza sonora de Claudia Lapacó, un ángel que sobrevuela la escena e ilumina, aún, cuando el relato se hunde en su dramatismo.

Por Mariano Casas Di Nardo.

lunes, 1 de febrero de 2010

Así da gusto.

Ana María Bovo con su nuevo unipersonal viene a romper con varios paradigmas teatrales. El más trascendental es que se puede contar una historia y al mismo tiempo divertir y hacer reír, sin gritar ni decir sandeces. Ella omite cualquier agravio o insulto y se deja llevar por la suavidad de su voz y de sus gestos para adentrarnos en el mundo del Maipo, teatro que el pasado 2008 festejó sus nada más y nada menos que cien años de vida.

Entonces Olinda Petrungaro, tercera generación de vestuaristas del Maipo, nos cuenta cómo es la vida entre las bambalinas de uno de los teatros más prestigiosos de la cartelera porteña. Se sincera con ella misma, confiesa secretos y recrea anécdotas que rozan a estrellas como Nélida Roca, Nélida Lobato y Tita Merello; como así también a recientes personajes como Ximena Capristo y Jorge Lanata. Y entre tanto chisme y objetos de culto, se hace lugar para contar el por qué de su soltería. Vale la aclaración, la presente historia es ficción, pero por suerte, Ana María Bovo, confunde. Entonces creemos que allí, entre acto y acto, Olinda asiste en serio a las vedettes.

Bajo su propia dramaturgia y dirección, Ana María Bovo hace de Así da gusto, una hora y media de charla amena e interesante. Uno no habla ni participa, claro está, pero la cordialidad de la actriz, hace que nos sintamos cerca, como si fuésemos únicos interlocutores. Sólo su madre, detrás del telón, la apuntala con datos precisos. Pero volvamos a aclararlo, todo es imaginario, aunque nosotros nos predispongamos a creerle todo. Es un pacto omiso que se firma en los primeros minutos de su monólogo. Sin que ella exija firma y sin que nosotros dejemos nuestra rúbrica. Es tácito e inquebrantable.

Así da gusto es belleza narrativa y ficcional en estado puro. Toda la suavidad actoral de Ana María Bovo para contar la historia más creíble del teatro actual.

Por Mariano Casas Di Nardo.